El placer psicológico de la felación

No es ningún secreto que a los hombres les apasiona la felación. Sentir su pene dentro de la boca de una mujer o sentirlo lamido, succionado, besado o mordido erótica y cuidadosamente por ella supone, sin duda, experimentar un maravilloso placer que, para más de uno (deberíamos realizar algún tipo de encuesta), puede ser más intenso y deseable que el que se desprende de la propia y siempre exaltada penetración.

Lo bueno de la felación, felatio, francés o mamada (de todas estas maneras se puede llamar al acto de estimular el pene con la boca, además de soplada, chupada, guagüis, comida…) es que en el placer que proporciona (siempre magnífico a poco que la persona que la ejecuta posea un mínimo interés en realizarla y un mínimo arte) no es sólo un placer de connotaciones físicas.

En el gozo que el hombre experimenta con la felación intervienen también elementos de carácter psicológico. En el imaginario masculino, la mamada ha aparecido durante mucho tiempo como un acto de dominación del hombre sobre la mujer. La mujer, al ejecutar la felatio, ha aparecido en la imaginación del hombre como una sumisa que, rendida a él, tiene como única aspiración el proporcionar placer a su hombre, el mismo que le llena la boca con su pene, rabo, polla, verga, falo, minga, picha, kika, pichula o como quiera llamarse al lingam (así llaman los tántricos, tan delicados ellos a la hora de nombrar lo más prosaico, al miembro viril).

Esta idea de entender la felación como una práctica erótica con connotaciones de dominación y sumisión se vuelve más intensa cuando la mujer se arrodilla ante el hombre para realizar la felación, y más intensa todavía cuando el hombre, cogiendo a la mujer del cabello, marca el ritmo y la profundidad de la penetración del pene en la boca. Cuando éste entra hasta lo más hondo se llega a lo que se conoce como “garganta profunda”.

La de la garganta profunda puede ser una práctica sexual en la que la sumisión de la persona que realiza la mamada se vuelve especialmente reseñable. La lucha de la sumisa para evitar el acto reflejo de las náuseas y las arcadas que el pene puede provocarle al incidir sobre una parte tan profunda de la boca (la expresión “hasta la campanilla” es bastante ilustrativa para entender de lo que hablamos y de las molestias que puede causar a la sumisa) no hace sino recalcar la sumisión de la felatriz a un personaje dominante, el hombre, que hundido hasta tal profundidad en su boca, sueña a menudo con vaciarse en el interior de su garganta.

Consejos para realizar una mamada

Introducir una felación en la escena de dominio y sumisión siempre puede ser una buena idea para añadir un toque de humillación en la práctica. En algún post anterior hemos proporcionado algunos consejos para realizar una felación correctamente. Recogeremos aquí los más importantes para que toda sumisa que tenga que realizar una mamada en el transcurso de una escena D/S sepa exactamente qué tiene que hacer para satisfacer completamente a ese dominante que le ha exigido un poco de placer oral.

Lo primero que la feladora sumisa debe tener en cuenta es que una mamada no es una carrera por alcanzar la eyaculación del destinatario de la felación. Que el objetivo sea que el dominante se corra no quiere decir que se deba correr (valga por una vez la reiteración de palabras) por alcanzar esa meta. El placer final será mayor cuando se haya prestado atención al viaje. Y aquí el viaje puede tener muchas etapas: las caricias en las ingles, los besos y suaves mordiscos en los testículos, el juego de la lengua por el perineo y el ano… Chupar y lamer el escroto, recorrer el pene con la lengua arriba y abajo, acariciar el frenillo o el glande con la punta de la misma deben ser pasos que toda felatriz sumisa debería recorrer antes de llegar a ese momento en que la boca se cierra sobre el pene y éste se hunde dentro de aquélla, que lo succiona y parece devorar mientras la lengua, oculta, sigue realizando su fantástica tarea estimuladora.

¿Dónde se eyacula?

Antes de que la felación se ejecute la pareja debe tener muy claro cómo se desea que culmine la misma. Habrá parejas que deseen que el semen expelido corra la suerte que el destino quiera: las sábanas, un pañuelo, quién sabe si las cortinas o el tapizado del sofá junto al que la mamada se ha ejecutado. Otras parejas optarán por la eyaculación corporal (el semen eyaculado impactará sobre el pecho o el vientre de la felatriz dejando sobre él estucado de su corrida).

Algunas otras parejas, por su parte, preferirán que la eyaculación, puesta a tomar como diana el cuerpo de la feladora, elija de entre todas las partes de su cuerpo aquélla que aparece retratada en el DNI. La eyaculación facial es, sin duda, una práctica con marcadas connotaciones de dominación. La sumisa recibe sobre su rostro la lluvia blancuzca y espesa del semen de su dominante.

Pero la felación adquiere unas connotaciones especialmente claras de práctica de dominación y sumisión cuando culmina en el interior de la boca de la felatriz. Para que esto se produzca, debe existir un claro consenso entre las dos partes del juego. El cushom no es una práctica del agrado de todas las mujeres. Menos lo es todavía el gokkun o ingesta de semen. Las estadísticas no mienten: son minoría las mujeres que se muestran receptivas a la hora de notar su boca repentinamente invadida por un río caliente y tumultuoso de semen. Después de todo, el juego D/S no es un juego de explotación sexual. Todo en él debe ser pactado y el destino final de una corrida más que nada. Y no hay excusas que valgan. Por mucho que se desee no se debe engañar a la sumisa con aquello de “chupa, chupa, que ya te avisaré”.