Ley de la escena

Venimos hablando de los preparativos, del escenario, del guión, del pacto y el diálogo que debe presidir todo el juego de la dominación y la sumisión desde hace tiempo. Ha llegado, por fin, el momento que tanto se ha hecho esperar: el de la escena en sí misma y su desarrollo. No tiene que ser exactamente como la que vamos a describirte a continuación, pero nunca está de más dar unas pautas generales que, lógicamente, tú tendrás la decisión de seguir o no.

Imaginemos, para empezar, el primer acto. Al iniciarse, la dominante está muy contenta de su mando. Orgullosa. Es en este acto en el que ella debe establecer, de una manera clara, su autoridad. Con sus trajes, con la iluminación, con el maquillaje, con la voz… Con todo ello debe jugar un papel más o menos importante para que se cumpla el primer objetivo de la persona dominante: que se establezca su autoridad.

El sumiso puede sugerir que se le ate, que se use un traje específico o que se le torture de una manera determinada. No caigas en la trampa, si eres la persona dominadora, de satisfacer esa petición de inmediato. Hacerlo sería incurrir en la incoherencia de obedecer o seguir como mandato las sugerencias del sumiso. Toma nota de esas apetencias de él, sí; pero no les des cumplimiento hasta que tú creas que ha llegado el momento. En cualquier caso, hasta más tarde.

Tus ideas, tu preferencia y tu voluntad son las que importan ahora. Házselo saber. Dile que te importan un comino sus preferencias y sus ideas. Que te dan lo mismo, vaya. Y déjale claro que, en caso de no obedecer, será castigado. Quizás duramente castigado. Cuando comprenda tu advertencia, recuérdale cuál es la palabra safeword que habéis elegido en vuestra negociación previa. Recuérdale que esa palabra es una palabra importantísima en el desarrollo de la acción y recálcale que sólo debe utilizarse en caso de que la escena resulte, en algún momento, demasiado intensa para él.

No hace falta insistir más en algo que, creemos, ya ha quedado meridianamente claro: si el sumiso usa el safeword, hay que parar de inmediato. Es parte de vuestro pacto. Vuestra confianza se cimienta sobre el respeto mutuo a lo pactado. Es ese pacto, también, el que permite tu autoridad. De hecho es ese pacto el que la crea. De él nace. Y su obligación es mostrarse. Una manera es llegar a ese límite. Rozarlo. Quizás, si no lo haces, tu sumiso no creerá en ti. El sumiso, de entrada, pretende ponerte a prueba, saber de qué pie cojeas, hasta dónde eres capaz de llegar. Dependerá de tu respuesta a ese desafío el sometimiento a tu voluntad de tu sumiso, su aceptación de tu autoridad .

La imprescindible autoridad

En este punto caminas sobre una cuerda floja. Si no eres lo suficientemente autocrático, tu sumiso se sentirá engañado. El sumiso acostumbra a ser tan sensible como inteligente. A la que él crea que deambulas por la senda que él te va marcando con sus sugerencias, te perderá el respeto y dejará de creer en ti. No permitas que eso suceda. Satisface tus necesidades más hondas de dominio. Haciéndolo, los dos seréis más felices. Después de todo, él disfruta siendo dominado. En eso consiste el juego y por eso existe.

Ahora que has reprimido sus primeros conatos de rebelión, no permitas que el ritmo decaiga. Es el momento de exigir un cambio de vestuario o de lanzarle una regañina que se ajuste al tipo de fantasía erótica que hayáis elegido representar. Mantén siempre la iniciativa en tus manos. Si habéis elegido una fantasía en la que tú eres el Ama, ha llegado muy probablemente el momento de exigirle un cunnilingus o cualquier otro tipo de servicio en el que quede claro el establecimiento de tu poder. Un beso negro puede ser también una opción.

Debes portarte, en cierto modo, como una niñera. Debes advertir a tu sumiso de las consecuencias que tendrán sus rabietas. Si representas el papel de una institutriz, si te has convertido, gracias al juego, en esa institutriz, debes prepararle mentalmente para la disciplina de castigo que merece. Posiblemente sea un azote en el culo con una ramita de abedul. En cualquier caso, será en el segundo acto del juego en el que tenga lugar uno de los componentes fundamentales de éste: el castigo.