Cross-dresssing y feminización

Una de las técnicas más habituales en los juegos de dominación y sumisión entre un Ama y un sumiso es la de la feminización, es decir, la de incorporar al sumiso masculino una serie de comportamientos, ropas, etc. tradicionalmente asociadas al sexo femenino. Al término de feminización están asociados otros términos como pueden ser sissy, flamboyant, queen, Nelly, etc. Con estos nombres puede conocerse al hombre sumiso que, en el transcurso de una escena de dominación y sumisión, adquiere roles de comportamiento asociados tradicionalmente al género femenino.

Para realizar la feminización de una manera efectiva puede resultar fundamental que el sumiso practique el cross-dressing, es decir, que utilice indumentaria socialmente asignada al género femenino. Los zapatos de tacón, los vestidos y faldas, los corsés y pelucas o las medias y otras prendas de ropa interior y lencería femeninas se incluirían entre los elementos necesarios para, mediante la ropa, feminizar al sumiso. A esa ropa, el sumiso debe añadir una actitud estereotipadamente femenina que se fundamente en la forma de expresión o la gesticulación o en la realización de una serie de tareas que tradicionalmente se han asociado a la mujer.

El crossdresser, es decir, el amante del cross-dressing, puede serlo por varios motivos. Unos argumentan la práctica del cross-dresssing desde el punto de vista de lo lúdico. Otros, de la satisfacción de un cierto fetichismo travestista. Algunos crossdresser hablan del placer experimentado al liberar su parte femenina o, incluso, del placer de quitarse de encima la obligación de comportarse como machos. En cualquier caso, lo fundamental en las prácticas de dominación y sumisión en las que la feminización juegue un papel capital es incluir obligaciones para el sumiso que sirvan para plasmar dicha sumisión y para que tanto él como el Ama disfruten de la práctica. Entre dichas obligaciones se incluirán tareas habitual y tradicionalmente asociadas a la mujer.

Tareas femeninas

Este último aspecto, el de las tareas asociadas tradicionalmente a la mujer, ha experimentado notables cambios en las últimas décadas. Lo que antes podía funcionar a la hora de feminizar a un sumiso y humillarlo ahora puede no resultar efectivo. Antes podía bastar hacer planchar a un hombre para hacerle vivir una situación humillante y convertirle en un modelo perfecto de sissy, es decir, en el modelo perfecto de sujeto ultra-pasivo que no tiene otra aspiración que la de servir y obedecer a su Amo. Ahora, esa misma tarea encomendada a un sissy no cumplirá seguramente ese efecto humillante que se busca a menudo en el juego de dominación y sumisión porque el acto de planchar puede, perfectamente, formar parte de la vida diaria de un hombre.

Como en todo juego de dominación y sumisión, cada situación es única y personal y no puede extrapolarse ni convertirse en dogma de fe para el resto de personas que quieran disfrutar de la misma experiencia. No sentirá lo mismo el hombre que, planchando en su vida diaria, es obligado a planchar, que aquél que, considerando culturalmente dicha tarea como tarea propia de mujeres, sea obligado a realizarla. Y a realizarla, además, vestido de mujer. Para este hombre es muy probable que la experiencia le resulte tremendamente vergonzante.

Hay muchas variedades de formas, estilos de juego de dominación y sumisión en los que se incluye la feminización y, por supuesto, diversas intensidades del mismo. No vamos a descubrir nada nuevo si hablamos de cómo el hombre siente especial atracción por la ropa interior femenina, por las braguitas y tangas o por las ligas, ligueros, pantys o sujetadores. En este punto, todos los hombres guardan dentro de sí un fetichista más o menos declarado, más o menos convencido. A algunos de estos hombres poder ponerse unas medias les puede resultar muy excitante. A otros, el simple hecho de llevarlas puestas puede resultarles dulcemente humillante. Unos y otros disfrutarán, cada uno a su manera, con la feminización en las prácticas de dominación y sumisión.

Lógicamente, este afán de feminización en el ámbito del juego de dominación y sumisión no tiene nada que ver con situaciones de transexualidad ni tan siquiera de homosexualidad. El hombre que participa en la feminización no es un homosexual y su comportamiento “femenino” se circunscribe única y exclusivamente al tiempo del juego. El hombre que, en el juego de dominio y sumisión, quiere ser feminizado, quiere ser convertido en “sissy”, es un hombre que persigue un único fin: ser humillado mientras sirve a su Ama y Señora.

El Ama en la feminización

El Ama que gusta de la feminización, por su parte, valora de esta práctica, por encima de todo, la capacidad de controlar la sexualidad masculina para transformarla de un modo simbólico en femenina. Ese placer experimentado por el Ama es doble porque en la dinámica la feminización se da una circunstancia paradójica. Esa circunstancia radica en que el hombre que se siente humillado al realizar tareas asociadas al sexo femenino se siente así sólo por un motivo: porque dentro de él, en su psique, considera que el sexo femenino es ciertamente inferior al masculino. Si no lo sintiera así, ¿por qué iba a sentirse humillado un hombre por realizar un tipo determinado de tarea? Al doblegar la voluntad de un hombre así y al humillarlo, el placer de la Dómina es doble.

Algunas Amas, por su parte, conciben la feminización como un premio para el sumiso. Éstas son las Amas que, conociendo en profundidad a su sumiso, saben que éste disfruta feminizándose. Para estos sumisos, la feminización no tiene nada de humillante y sí mucho de placentero. Lógicamente, un Ama que conozca dicha circunstancia no puede emplear la feminización como un castigo para su sumiso. Este Ama, además, perdería el respeto que, como tal, le debe el sumiso. En estos casos, el castigo en el juego de dominación y sumisión debería ser otro y la feminización, un premio al buen comportamiento.

Como hemos dicho anteriormente, “hay muchas variedades de formas, estilos de juego de dominación y sumisión en los que se incluye la feminización y, por supuesto, diversas intensidades del mismo”. Una de las mayores intensidades del juego podría ser, por ejemplo, la conversión del sumiso en una prostituta, es decir, en una mujer que mantuviese relaciones con diferentes hombres. En este caso, la progresión de la relación entre Ama y sumiso debe ser tal que, al final, éste adquiera la conciencia de ser mujer durante la realización del juego y, por tanto, abra su mente a la posibilidad de, pese a ser heterosexual, mantener relaciones con otro hombre.