La felicidad de la vocación dominante

Una vez establecidas las reglas del juego y el reparto de papeles, es muy probable que quien deba ejercer el control dominante no haya tenido fantasías de control masculino. Puede suceder que esa mujer a la que se le pide ser ama no esté interesada en jugar al equilibrio de poder dentro de las relaciones o puede, incluso, sentirse más sumisa que dominante. También puede darse el caso de que es mujer tenga una mezcla poderosa de miedo y respeto a la posibilidad de lastimar a alguien durante el desarrollo del juego.

Estos tres tipos de mujer (la mujer que nunca tuvo fantasías de control sexual, la sumisa y la que tiene miedo) merecen una consideración individual.

A aquellas de vosotras que nunca habéis estado interesadas en la dominación femenina durante la práctica del sexo os invitaríamos a probar. Si aún después de varias experiencias seguís rechazando esta práctica porque no despierta en vosotras un deseo especial os recomendaríamos que sigáis informándoos sobre el tema. Seguramente nunca serás un ama. No importa. No es obligatorio. Puedes buscar otras fantasías. Puedes, perfectamente, ser una mujer fuerte y potente sexualmente sin necesidad de ejercer como ama.

Puede suceder, como ya hemos dicho, que tu carácter y tus deseos sexuales cuadren mejor con el rol de sumisa. En este caso, piensa en algo: que disfrutes siendo dominada, castigada y consolada no quiere decir que, en un momento dado, no puedas ampliar tu abanico de gustos. Prueba. Quizás te sorprendas a ti misma y, como en muchos otros casos ha sucedido, una gran sumisa acabe convirtiéndose en una perfecta ama. Vale la pena probar el papel dominante un par de veces para comprobar si se disfruta interpretándolo. Quizás necesites una persona diferente para sentirte a gusto en cada papel. O quizás te guste intercambiar papeles de vez en cuando con tu pareja. O quizás podáis inventar un juego de dobles en el que quien parece sumisa acaba siendo dominante y al revés. Los límites sólo los pone, ya sabes, la imaginación.

También puede suceder que lo que te impide ejercer como ama es el rechazo intelectual que puedas sentir hacia la idea de la dominación. Puede que consideres que alguien que juega a la dominación está, de alguna forma, enfermo. O que pienses que interpretar estos papeles supone infravalorar a las mujeres al convertirlas en objeto sexual tanto si actúa como sumisa como si actúa como dominante. Respetamos lógicamente esta postura muy cercana a los postulados feministas más clásicos, pero te invitamos a realizar una reflexión: el poder es imborrable de la vida de las personas; siempre existe un dominio que se ejerce de unos sobre otros en mayor o menor grado. Asumiendo este presupuesto como algo normal dentro de la sociedad, nuestra pregunta es: ¿no será mejor convertir ese poder en un juego del que extraigas un rédito de placer que no ejercer o sufrir ese poder en la sombra, de manera total y afectando a todos los ámbitos de tu vida? En la aceptación del juego hay una práctica del consenso, una simbiosis de los dos jugadores en pos de un fin común: el placer. Si te lo planteas de este modo, seguramente gran parte de tus prevenciones intelectuales desaparecerán.

Otro motivo que puede tener que ver con tu negativa a ejercer como ama puede fundamentarse en el hecho que aceptes intelectualmente estos juegos, que los toleres y comprendas, pero que te angustie la idea de participar personalmente por temor a despertar en ti o en tu pareja un espíritu oculto sadomasoquista. Dicho con una expresión muy ilustrativa: que puedas despertar a la Bestia. Para que esto no te angustie debes pensar en algo que, estadísticamente, está muy probado: rara vez las personas que juegan a estos juegos de dominio y sumisión (incluso las que acostumbran a ejercer en ellos el rol dominante) han cometido delitos sexuales. Un dominio (el dominio del juego) no tiene nada que ver con el otro (el dominio lleno de violencia de la violación o de la explotación sexual). Por decirlo de algún modo, que te guste la carne o quiere decir que seas un caníbal.