Vivir con un fetiche

Vivir con un fetiche es algo así como tener un compañero de habitación en nuestra vida sexual, alguien que nos ofrece una satisfacción sexual ilimitada de una manera muy específica y, al tiempo, divertida e inigualable por nadie que hayas conocido. Quizás este compañero no te limpia la casa ni te cocina esa lasaña que tanto te gusta ni llora al mismo tiempo que tú con las mismas películas, pero te proporciona una diversión y un placer inigualable y, en muchas ocasiones, incomprensible para alguien que no seas tú. Por eso, porque puede seguramente resultar incomprensible para los demás tu relación con tu fetiche, escondes a ese compañero y lo ocultas a los ojos de los demás del mismo modo que borras el historial del navegador de tu ordenador después de servirte una sesión de esos videos que tanto te gustan y que muestran esos actos que, muy probablemente, has soñado realizar con tu pareja y que nunca te has atrevido a proponerle. Que lo hagas es comprensible, pero piensa que, si pusieras en común esa atracción, si comunicaras a tu pareja tu fijación con ese fetiche, ella conocería más cosas de ti. En cierto modo, os acercaría. El acercamiento, en definitiva, es uno de los efectos colaterales de la comunicación.

Pero puedes tener la sensación de que ese invitado a tu relación que, de alguna manera, es el fetiche, llega a tu casa en el momento equivocado. Como si fuera un invitado molesto, a quien queremos ver desaparecer, para disfrutar a solas de nuestra pareja. Esto te sucederá si el fetiche no está integrado en el contexto de vuestra vida. Se convertirá en fuente de angustia. Hasta puede parecer de mal gusto y completamente inapropiado. Esto sucederá si no te has comunicado suficientemente con tu pareja, si no has sido sincero o, simplemente, si, a pesar de la existencia de esa comunicación, tu pareja se muestra completamente reacia a que el fetiche se integre en vuestro día a día sexual.

Resulta muy complejo explicar a la gente que no sabe nada de fetiches sexuales lo que sientes al pensar o disponer de tu fetiche. Y resulta casi imposible cuando debe explicarse a integristas del misionero, personas para los que la relación sexual es poco más que un trámite orientado hacia la procreación. A estas personas ese trámite puede llegar a parecerles incluso engorroso. ¡Pobres! ¡Apiádate de ellas! Puede ser que algunas vivan un infierno interior por acatar a pies juntillas las directrices de su moral heredada silenciando la voz de sus entrañas, que quizás pida otra cosa mucho más divertida y satisfactoria.

¿Aventura en solitario o con compañía?

Vivir con un fetiche no tiene porqué ser una aventura en solitario para el resto de tu vida. No tienes porqué disfrutar de ella solamente en secreto. ¿Por qué vas a alejarla por principio de tus relaciones regulares? ¿En qué papel está escrito que no puedas compartir ese secreto con tu pareja y hacerla partícipe de él para disfrutarlo conjuntamente? Bórrate los complejos morales de la cabeza. No pienses negativamente de tu fetiche ni de tu condición de fetichista. No creas que eres un enfermo mental. No te sientas diferente al resto de la humanidad. No estás solo en el mundo. Hay mucha gente como tú. Y están ahí, cruzándose contigo en la calle, en la escalera, en el trabajo, en el autobús. Puede que a la señora que se sienta frente a ti en el metro le haga perder los sentidos el pensar en unos genitales masculinos completamente rasurados. ¿Y quién dice que a tu jefe no le pone a cien la simple idea de imaginar que su semen se derrama en el interior de un guante de goma?

Cuando tu fetiche haga sentir incómoda a tu pareja, puede suceder que sea debido a que piense que dentro de ti, en algún lugar recóndito, se esconde una mala persona, alguien dañino y sin moral alguna. Hay fetiches que pueden resultar muy difíciles de comprender, pero también hay que entender que muchos de esos fetiches actúan sólo a nivel imaginativo, de fantasía. Que la misma persona que los tiene, por decirlo de algún modo, sabe de su imposible realización. Estos fetiches, cuando son comunicados, rozando el terreno como rozan de los delictivo, son preocupantes de contemplar y muy, muy difíciles de comprender. Se deben comunicar muy bien y si lo que representan es algún tipo de escena o acción se debe hacer poniendo todas las medidas de seguridad, pactándolo todo y evitando cualquier posibilidad de que se pierda el control de los propios actos.