Doma, disciplina y castigo son tres conceptos que están íntimamente ligadas a las prácticas de dominación erótica. Para los neófitos, los tres conceptos pueden parecer sinónimos, pero no lo son. Los tres hacen referencias a acciones y técnicas BDSM que se utilizan durante el desarrollo de un juego de dominación y sumisión, pero no se refieren exactamente a lo mismo. Veamos en qué consiste cada una de estas tres técnicas.
La doma en los juegos de dominación
La palabra doma es una palabra heredada directamente del vocabulario del mundo de la hípica, aunque la hípica, seguramente, se apropió en su momento de un concepto que hasta entonces se había utilizado en un sentido más amplio que el estricto de adiestrar a un caballo. Hasta que la hípica se apropió de ella, la palabra doma hacía referencia a aquellas prácticas que el ser humano había utilizado para, necesitando de la ayuda de algunos animales para realizar algunas tareas, y tras capturar a dichos animales en estado salvaje, modificar su comportamiento para que aceptaran ciertas normas e interiorizaran ciertos comportamientos para poder realizar dichas tareas. Servir para que el hombre se desplazara, tirar de un arado o hacer funcionar un molino podían ser algunas de esas tareas destinadas a animales que hubieran pasado por un proceso de doma.
Si buscamos una definición de doma desde el punto de vista de la hípica podemos encontrar la siguiente: “la doma clásica o adiestramiento tiene como objeto el desarrollo del caballo mediante un entrenamiento racional, metódico y equilibrado por medio del cual el jinete consigue que éste realice todas sus órdenes con armonía, equilibrio y actividad”. En dicha definición se recalca cómo el caballo, tras ese proceso de doma, se vuelve “tranquilo, elástico, ágil y flexible, a la vez que se hace más confiado y atento a las órdenes del jinete, llegando a formar con él un binomio perfecto”.
Como vemos, esta definición de doma le va que ni pintado al proceso de adiestramiento de todo/a sumiso/a de parte de su Amo/a. Ese acabar formando un binomio perfecto entre la parte sumisa y la parte Dominante es el objetivo principal de toda relación de dominación y sumisión. Ese proceso, ese adiestramiento de un sumiso, no puede realizarse a base de impulsos irracionales. Al igual que la racionalidad preside la doma de un caballo, la racionalidad debe presidir, también, todo ese proceso en el que la parte Dominante va adiestrando a la parte sumisa. El proceso de la doma del sumiso debe seguir un método y todo lo que se haga se debe hacer persiguiendo un fin determinado.
Disciplina y dominación y sumisión
El concepto de disciplina va íntimamente ligado al concepto de doma y, en algunos casos, pueden llegar a confundirse. Si entendemos el concepto de disciplina como el entrenamiento que se emplea para que una persona se comporte de una determinada manera podríamos entender que este concepto podría, fácilmente, confundirse con el de doma.
Por otro lado, la disciplina podría entenderse como la observación constante de una instrucción para, gracias a ello, llegar a un fin. Disciplina (o, mejor dicho, autodisciplina) sería, por ejemplo, renunciar a ese cigarrillo después de comer para, así, avanzar hacia el momento en el que el tabaco queda erradicado de nuestros hábitos diarios.
Asumiendo que los conceptos de doma y disciplina tienen más de un punto en común, vamos a establecer una diferencia entre ambas palabras. Si la palabra doma proviene, como hemos dicho anteriormente, de la relación entre el hombre y los animales; la palabra disciplina proviene de la relación entre unas determinadas autoridades y quien se haya bajo ellas. Así, el maestro ejerce la disciplina sobre el alumno, el sargento sobre el soldado y la abadesa sobre la novicia.
Cuando hablamos de disciplina, pues, estamos hablando de la imposición de unas normas. En las prácticas de dominación y sumisión, también la parte Dominante impone unas normas sobre la parte sumisa (es decir: la parte Dominante impone una disciplina a la parte sumisa). Para que dicha imposición sea efectiva (o sea, para que la parte sumisa sea disciplinada) se debe, continuamente, emplear una instrucción de carácter coercitivo. Los métodos coercitivos empleados no deben emplearse porque sí. Al igual que sucedía con la doma, la disciplina debe emplearse siempre con una finalidad, no por el mero hecho o el mero placer sádico de tiranizar a quien se haya bajo nuestro mando. En el terreno escolar, la disciplina tiene como finalidad la educación del alumno y el colaborar en su proceso de maduración. En el militar y el religioso, por ejemplo, la disciplina puede servir tanto para conseguir una armoniosa convivencia como para conseguir una unidad de acción.
Castigo y dominación y sumisión
La relación de dominación y sumisión no sería concebible sin el castigo. ¿Cómo imponer disciplina si no existe un castigo que sirva para demostrar a la persona a la que hay que disciplinar/domar que no obedecer las órdenes será, para ella, peor que obedecerlas?
El castigo acostumbra a ser el método empleado para corregir una conducta inapropiada o desobediente. De la tipología de los castigos (físicos o psicológicos, negativos o positivos…) ya hemos hablado en alguna ocasión en este blog al hablar de algunos castigos en concreto como pueden ser el empleo de floggers o el uso siempre llamativo y siempre de marcado carácter erótico de la nalgada.
¿Cómo emplear la doma, la disciplina y el castigo en la dominación?
Como hemos visto, los tres conceptos tratados en este artículo (doma, disciplina y castigo) están relacionados con lo que podríamos llamar “técnicas de cambio conductual”, es decir, técnicas destinadas a cambiar la conducta de la persona para orientarla hacia unos objetivos determinados.
Hay Dóminas y Amos que rechazan de alguna manera el concebir la relación de dominación y sumisión desde la estricta aplicación de los conceptos anteriores. Hay quien, por ejemplo, argumenta que el tener que estar continuamente pendiente del comportamiento de un/a sumiso/a podría entenderse como una especie de sumisión de la parte Dominante a la parte sumisa, lo que sería, claramente, una subversión de los papeles que a cada una de las partes le está reservada en los juegos de dominación y sumisión.
Quienes defienden este punto de vista sostienen que no puede compararse el papel que debe jugar un sumiso con el comportamiento de un niño a quien hay que educar. Tampoco puede compararse, dicen, el papel de un Dominante con el papel de un educador, un consejero, un maestro o un padre.
El juego de dominación y sumisión, dicen quienes defienden este punto de vista, es un juego que se juega entre adultos. Aceptando esto, debe aceptarse que ninguna persona adulta tiene derecho a cambiar ni a intentar cambiar la personalidad de otra persona. La adaptación, pues, no debe ser sólo del sumiso al Dominante. También éste debe adaptarse a aquél. Así, las adaptaciones entre las dos partes de un juego D/s se producirán de forma natural y la doma, la disciplina y el castigo deberán ser entendidas más bien como aderezos del juego sexual, prácticas que deben servir para incrementar la temperatura erótica de un encuentro entre un/a Dominante y un/a sumiso/a.
Si esas adaptaciones que deben dar lugar a que, una vez desarrollado el juego, tanto la parte dominante como la parte sumisa se encuentren satisfechas no se producen, no hay que esforzarse en cambiar la personalidad del otro. Como hemos dicho, nadie tiene derecho a cambiar o a intentar cambiar la personalidad de otra persona. Si no existe esa satisfacción mutua sólo hay una solución: cambiar de pareja de baile, cambiar de pareja con la que jugar a estos juegos. Así de sencillo.