Como ya vimos en nuestro post Los placeres de la sumisión masculina en el BDSM y el FemDom, la práctica de la Dominación/sumisión tiene una serie de placeres psicológicos. Pero aparte de esas satisfacciones psicológicos, hay placeres físicos exclusivos de este tipo de relaciones. De los placeres físicos en la Dominación/sumisión vamos a hablar en este post.
La acción de una Dominatrix exigente frente a la sumisión de su esclavo, colegial o doncella puede llevar al puro macho hasta los límites más extremos y profundos de su psicología y a una experiencia incomparable de placer físico.
Una intensa estimulación hace que Ama y sumiso, macho y hembra, gocen compartiendo una práctica BDSM de estas características. La mayor recompensa para ambos es un placer erótico de una excepcional intensidad y duración.
Algunos de los componentes de estos juegos de dominación y sumisión pueden no parecer demasiado agradables (nalgadas, enemas, cambios de pañales, pequeñas torturas, algún pisotón controlado en los genitales…) pero resultan efectivos en su búsqueda final del placer.
Todas estas prácticas remueven la psicología de los participantes y llegan a su punto culminante cuando la Domina consiente que el hombre sumiso alcance el orgasmo, que acostumbra a ser intenso y explosivo. Es decir: magnífico.
Placeres físicos en la Dominación/sumisión
Quizás los placeres físicos del FemDom son poco menos que incomprensibles para todos aquellos que nunca han participado en este tipo de juego, pero no deberían serlo puesto que una intensa estimulación puede, sin serlo, parecerse al dolor.
La estimulación muscular profunda de una paliza, el sentido de la compresión en un apretado corsé, la acción de un juguete sobre los genitales, la abrumadora sensación de sentirse penetrado analmente, la más humilde sensación de sentir cómo se va recolectando el vello púbico, el aplastamiento de los pezones, los pequeños pinchazos que pueden estimular el glande, el CBT o tortura de los genitales masculinos… todos estos son estímulos intensos.
Bajo su influencia, un hombre se olvida de sí mismo y de sus preocupaciones, convirtiéndose en algo que es poco más que un juguete en manos de una todopoderosa tirana.
La mente del sumiso, al recibir esos estímulos, no divaga hacia el trabajo, el dinero o cualquier otra consideración mundana.
El sumiso entregado a los caprichos de su Ama recibe un bombardeo de sensaciones, algunas dolorosas, otras agradables, la mayoría resultado de la combinación de ambas, todas ellas muy intensas.
En el mundo de la fantasía, todos estos sentimientos no sólo están permitidos, sino que son alentados. En el disfrute bajo los mandamientos de una imperiosa y a menudo caprichosa Dómina no solo intervienen las sensaciones físicas desatadas y hasta poco menos que insoportables. También interviene un estímulo psicológico adicional y muy efectivo: el del suspense que acompaña a toda la escena.
Y entre todos los suspenses hay uno fruto de una norma que no está escrita pero que todos los practicantes de BDSM conocen y respetan. ¿Qué norma es esa? La que dicta que no se debe estropear la estimulación ni apresurarlo en modo alguna por alcanzar el orgasmo. El juego FemDom tiene sus leyes y su tempo. Y unas y otro hay que cumplirlas si deseamos que la práctica sea plenamente satisfactoria.
FemDom y control del orgasmo
Bajo el imperio de un Ama, los hombres aprenden que su satisfacción sexual debe retrasarse hasta que su Señora ha conseguido saciar su placer.
Una Dominatrix cualificada prolongará la excitación sexual del macho impidiendo que se derrame antes de tiempo. Ella, de ese modo, se sentirá muy feliz practicando el control del orgasmo porque con él plasmará su poder sobre su sumiso y, a la vez, conseguirá prolognar la excitación del mismo.
Tanto la manifestación de su poder como el sometimiento de su esclavo le producirán al Ama bastante excitación. Pero a menudo (si es sabia) ella tendrá a su disposición otra sagrada, antigua e infalible forma de placer a su disposición: el cunnilingus.
Los hombres sumisos pueden ver en esa maravillosa actividad una especie de último acto de adoración. Éste es un acto cargado de un gran simbolismo que ejemplifica perfectamente la relación entre el Ama y su esclavo. Él, como un devoto, se acerca al Santuario de su señora, al lugar que encierra sus secretos más íntimos.
Por otra parte, la Domina debe conseguir que el sumiso se sienta libre de culpa al disfrutar de los actos que Ella ordena realizar. Es Ella, la cruel y tiránica Ama y contra quien no existe rebelión posible, quien le obliga a acercarse a los pliegues de sus bragas en posición de servidumbre.
Castigo y perdón serán actos que la Dominatrix irá alternando para así, como si de una obra de inspiración aristotélica se tratase, llegar a la catarsis de los actores que participan en la escenificación de este juego de mandato, sumisión y, no lo olvidemos, placer.
Por su parte, la sensación de avanzar hacia el orgasmo y, de repente, ser frenado mediante el azote o la represión de esa expansión sensitiva, es una gran experiencia para los hombres.
El resultado es una estimulación que se añade a la estimulación ya existente e inherente al acto sexual que, en el fondo, la escena supone.
Ese añadido de estimulación sobre la estimulación ya existente conduce a una multiplicación e intensificación de un placer que, tarde o temprano, llevará a la culminación liberadora y súbita del orgasmo.
La moderación en el camino aumentará la satisfacción sexual masculina. Demasiados hombres corren apresurados hacia el orgasmo y la eyaculación inmediata desechando los placeres del camino que conducen a ella. Dejando de lado esos juegos preliminares tan importantes como placenteros, frustran a sus compañeros de cama y, en cierto modo, los engañan. La Ama que, por su parte, lleva rápidamente a su sumiso hacia la explosión eyaculatoria no es una buena Ama.