El riesgo del maltrato

El riesgo siempre está ahí y nunca hay que obviarlo. Después de todo, los límites entre una práctica sexual consentida y sana y una situación de abuso pueden ser muy débiles y permeables. Siempre puede suceder que, al abrigo de un juego BDSM o de una relación de dominio y sumisión, un dominante camufle lo que no es otra cosa que abuso y maltrato. Para diferenciar una cosa de la otra es fundamental, ante todo, atender a la característica principal de todos los juegos de dominio y sumisión. Como juegos que son, se basan en unas reglas y esas reglas se atienen, en todo momento, a unos parámetros de consenso, sensatez y seguridad que nunca deben faltar. Todo lo que se practique dentro del juego BDSM debe haber sido consensuado. En todo deben haber querido participar las dos partes del juego. Esa participación consensuada debe fundamentarse sobre el hecho de que no exista daño emocional ni físico que pueda derivarse del juego de dominio y sumisión escenificado por los jugadores.

Identificación del maltratador

Las características propias de los juegos BDSM pueden servir para propiciar o camuflar los maltratos. ¿Cómo puede, el jugador de BDSM, distinguir cuándo lo que se está practicando es propio de los juegos BDSM y, por lo tanto, lícito, y cuándo es algo externo a esos juegos y, por tanto, ilícito y denunciable? A continuación vamos a detallar algunos factores a los que la jugadora de BDSM (lo normal es que el maltrato se produzca por parte de un hombre hacia una mujer) debería prestar atención para intentar discernir, en caso de duda, entre lo que es BDSM y lo que es maltrato.

Dichos factores son los siguientes:

  • Reiterados intentos por parte de la parte dominante de forzar los límites establecidos por la sumisa. Plantear reiteradamente retos respecto a este punto esencial del juego BDSM puede identificar a un maltratador.
  • Desatenciones al uso del safeword o palabra de seguridad. El maltratador puede presionar para que se use lo menos posible o desatenderla directamente. Hay parejas en las que la confianza ha llegado a un nivel en el que la sumisa se entrega absolutamente al dominante. En esta situación concreta es muy complicado distinguir maltrato de simple juego extremo.
  • La manipulación psicológica para crear sentimientos de culpa en la persona sumisa es uno de los rasgos que mejor identifica al maltratador. Éste puede servirse de argumentos muy diversos para hacer que la sumisa se sienta culpable por no proporcionar al dominante el suficiente placer o por no mostrarse todo lo sumisa que debiera.
  • Presiones para que la persona sumisa rompa con su círculo social o se aleje de él.
  • Presiones para que se guarde absoluto secreto sobre lo que sucede en el seno de la pareja y el tipo de relaciones que se mantiene entre los miembros de la misma.
  • Comportamientos destinados a hacer bajar la autoestima de la persona sumisa. La inseguridad que se crea en la mujer sumisa no sólo sirve para dominar a ésta y llevarla hasta extremos que, seguramente, ella no deseaba cumplir, sino que sirve también para, en contraposición, apuntalar el ego y la seguridad de la persona dominante.
  • Utilización de los celos. Los celos enfermizos se encuentran habitualmente en el punto central sobre el que, psicológicamente, gira toda la actividad emocional del maltratador. El maltratador quiere poseer completamente a la persona sumisa y todo lo que no sea sumisión absoluta origina en dicho maltratador una serie de inseguridades que le hace endurecer su comportamiento para con la parte sumisa.
  • Deseo de introducir el consumo de estupefacientes en la práctica BDSM. Bien sea como estimulante para la parte dominante, bien como alterador de la conciencia y del dominio de sus acciones y voluntad para la parte sumisa, los estupefacientes deben mantenerse al margen en todo juego BDSM.
  • Deseo de extender las normas del juego del dominio y la sumisión más allá del tiempo pactado de antemano. El deseo de comportarse durante las 24 horas del día y los siete días de la semana según las normas reservadas al juego puede ser una señal claramente identificativa del maltratador.

Identificadas estas señales en el dominante, la sumisa puede actuar de dos maneras: o cortando por lo sano rompiendo la relación con la persona dominante o intentando encauzar la relación para que ésta vuelva a un cauce sano de disfrute del BDSM sin caer en el infierno del maltrato. Esta segunda opción no es sencilla (tampoco lo es la primera), pero, en algunos casos, puede servir para retornar a una práctica adecuada del BDSM y, por tanto, a una recuperación del gozo compartido por parte de la pareja.