Ansiedad post-sumisión

Lo habéis pasado en grande durante una sesión. Has sido una gran ama y él un gran sumiso. Habéis disfrutado y él te ha reconocido que ha sido mil veces mejor que cualquier fantasía. ¿Por qué entonces esa especie de ansiedad, casi depresión, que se apodera de él al día siguiente?

Es algo normal. Por lo general, tras una sesión primeriza, al hombre sumiso se le presenta un cuadro de ansiedad. Secretamente está avergonzado de sus tendencias sumisas, tan contrarias a lo que parece que la sociedad exige de todo hombre. Es posible que sienta que ha perdido su virilidad. Es posible que se sienta triste por haber hecho algo que considera vergonzoso. Y es posible también que se sienta un tanto rabioso contigo por considerar que le has empujado a realizar ese tipo de prácticas. No te alteres. Eso será lo mejor para empezar a aliviar su ansiedad. Condúcelo suavemente a hablar de ello. Escúchale. Haz que sus sentimientos se muestren y procura que esos sentimientos no se consideren heridos.

Por bien que lo hayas pasado, debes entender que en cualquier experiencia sexual pueden hallarse sentimientos encontrados, máxime en una experiencia tan fuerte y cargada de emociones del tipo de éstas de las que venimos hablando.

Muchas personas que participan en los juegos de poder tienen sentimientos ambivalentes acerca de sus fantasías y necesidades. Nuestra sociedad no nos ofrece modelos positivos acerca de este tipo de sexualidad. En lugar de ello, nos da la imagen ya gastada del Marqués de Sade y la imagen ensangrentada de mujeres maltratadas. En esos estereotipos, la mujer es la sumisa. No proliferan las imágenes de preponderancia femenina y, a la mujer que pisa fuerte y manda, se la dibuja como una especie de bulldog. Así, socialmente se entiende (aún hoy) que es el hombre quien debe dominar a la mujer y es ésta quien debe obedecer a aquél, también, claro, en los asuntos de cama.

Pero la cama tiene sus propias leyes, y éstas pueden determinar perfectamente que tú, mujer, seas quien dicte las normas de las escenas incubadas en la fantasía, y tú, hombre, quien te inclines ante el poder tiránico de tu ama. Será al día siguiente cuando los modelos culturales puedan regresar para perseguiros. Por eso será normal que el hombre tenga sentimientos ambivalentes e incluso enfrentados. Si para reafirmar su masculinidad y su rol social de hombre potente y con mando decide en esta fase empujarte tanto metafórica como literalmente, detenlo de inmediato. Tú, mujer, no debes entrar bajo ningún concepto en ese tipo de juego. Es posible que debas dejar de jugar con tus fantasías durante un tiempo y es posible también que debáis acudir a algún tipo de consejero de parejas o, incluso, a alguna terapia individual que os ayude a lidiar con la ansiedad.

Flashbacks y malos recuerdos

Si las angustias y la depresión persisten durante un tiempo tras la experiencia, el sumiso puede revivir algunos recuerdos dolorosos. La mayor parte de las personas que están involucradas en el juego del dominio y la sumisión tuvieron una infancia normal y saludable. No vamos a adentrarnos en la terminología ni las teorías freudianas para analizar por qué a una persona le gustan los juegos de poder. Centrémonos en las prácticas y dejemos de dar palos de ciego aventurando teorías sobre el origen de ese deseo y cuya certeza no puede comprobarse de una manera científica. Todo lo que podemos decir al respecto es que algunas personas (sólo algunas personas) que tienen fantasías de dominación y sumisión pueden tener también otros problemas de alimentación y que el juego puede despertar esos problemas. En cualquier caso, nuestro consejo es que, si se empiezan a tener pesadillas o se entra en una dinámica de depresión, hay que abandonar el juego y, por supuesto, acudir a un terapeuta competente.

Graves signos de advertencia

Si tú o tu pareja comenzáis a mostrar signos de alteración emocional seria, deberíais plantearos la búsqueda de ayuda a la mayor brevedad. Puede ser que alguno de vosotros se torne violento, deprimido o inadecuadamente lleno de rabia. Puede ser que sólo tenga ganas de llorar. Si algunas de estas reacciones se tornan habituales hay que acudir cuanto antes a un terapeuta.