Cuerda, cuchilla y velcro

En algún post ya hemos comentado las características que debe tener una cuerda para poder ser usada en los juegos de sado y BDSM. Si bien las técnicas son una cuestión de gusto y son muchas las maneras existentes de sujetar a alguien (sí, también por los genitales) y ponerlo en situación de servidumbre, hay un requisito que siempre hay que tener en cuenta. Ese requisito es el de la seguridad. Toda esclavitud erótica debe realizarse de manera segura. En caso alguno debe ponerse en riesgo la integridad física del esclavo, esclava, sumiso o sumisa.

Cuando las cuerdas intervienen en una escena hay que valorar los usos que se van a dar a esas cuerdas. Será ese uso el que determine el tipo de cuerda. No será igual, lógicamente, la cuerda destinada a restringir brazos, manos o piernas que la que se va a utilizar para, pongamos por caso, escenificar una escena de servidumbre genital. Plantéate el tipo de escena que vas a representar y, en base a eso, selecciona la cuerda. Cada tipo de faena requiere sus herramientas y esas herramientas tienen que ser, siempre, las adecuadas.

El miedo a la navaja

Una navaja o una cuchilla pueden poseer un potente efecto psicológico y pueden convertirse en una importante fuente de sensaciones. Muchas personas, a la hora de escenificar fantasías eróticas en las que interviene un cuchillo o una navaja, echan mano de alguno o alguna que ha sido deliberadamente mellados para reducir la posibilidad de causar lesiones accidentales, especialmente cuando los genitales van a estar involucrados en el desarrollo de la escena.

Mellar el cuchillo o la navaja que va a utilizarse en la escena es una buena idea, sobre todo teniendo en cuenta que la sensibilidad de los genitales no es tan alta como para, en un momento de gran tensión emocional y erótica, distinguir si el metal que los está rozando está perfectamente afilado o, por el contrario, se halla mellado. Es decir: que el efecto no va a verse reducido por haber escogido una navaja mellada en lugar de una navaja afilada. De hecho, con los ojos vendados o con una restricción que impida al sumiso o esclavo contemplar sus genitales y, con ello, el objeto con el que se les está rozando, es muy fácil jugar con la sugestión y servirse de ella. En ese momento de excitación descontrolada y endorfinas y adrenalina a tope, es muy fácil que los genitales (y con ellos el esclavo) no distingan entre el borde de una cuchara de metal y el filo peligrosísimo de un cúter.

Si, pese a estas sugerencias, eliges finalmente jugar con un cuchillo afilado, asegúrate de que se trata de un cuchillo que conoces bien y que sabes cómo manejar. Las cuchillas con un solo filo son, como puedes imaginar, mucho más seguras a la hora de jugar que las hojas de doble filo.

También, a la hora de escoger un cuchillo determinado para nuestro juego, hay que tener en cuenta la legalidad vigente en cada lugar. Los cuchillos de doble filo, por ejemplo, están prohibidos en muchos sitios. Lo mismo sucede con las navajas de resorte. Emplear este tipo de objetos supone arriesgarse a incurrir en alguna falta o delito y siempre implican un riesgo para la salud.

Otra cosa que hay que tener en cuenta, y que debes tener siempre presente, es el hecho de que una verdadera hoja afilada corta sin apenas producir dolor, casi sin darnos cuenta. A menudo, puede incluso que estés cortando con ella sin que seas consciente de ello. Sin que lo notes. De hecho, te darás cuenta de que has cortado la carne de tu esclavo o esclava cuando veas aparecer la sangre. Probar la cuchilla en el anverso de la mano es una buena manera de saber la presión que puede realizarse con el utensilio sin llegar a causar herida. Hay que pensar que el sangrado de unos genitales no es nunca una perspectiva demasiado halagüeña cuando se está practicando el juego sado.

Hay que tener en cuenta, también, que no todo el mundo está capacitado para hacer frente a las cuchillas usadas en BDSM. Incluso a aquellas personas a las que las cuchillas no les afecta en otros contextos pueden sentirse aterrorizados al contemplar esos instrumentos cerca de su pene o sus testículos. El miedo a la castración que puede sentir un hombre al contemplar o sentir un cuchillo o una navaja cerca de sus cojones puede ser tan grande que puede alcanzar a bloquearle la capacidad de gozar con la escena. Ser capado no es una perspectiva nada halagüeña para un hombre. Es fundamental, por ello, negociar de antemano el uso o no del cuchillo y el tipo de cuchillo que se va a utilizar.

Más inocuo y menos peligroso, pero menos eficaz en la representación de las fantasías sadomasoquistas, es el velcro. Hecho a partir de cientos de pequeños ganchos de plástico, el velcro puede causar sensaciones muy provechosas para llevar la escena sadomasoquista a buen término. Frotando con él firmemente o rayando contra la piel, o arrastrado ligeramente a lo largo del cuerpo, puede producir una gran variedad de sensaciones. Hay que tener en cuenta, no obstante, que el velcro puede resultar muy abrasivo, por lo que, al emplearlo, hay que estar siempre muy pendiente de los signos que se van observando en la piel del esclavo. Un enrojecimiento demasiado repentino puede ser un indicador perfecto para comprender que se ha rozado demasiado la piel o se la ha traumatizado.

Como acostumbramos a decir, hay que prestar máxima atención a todo lo que, dentro de la escena sadomasoquista, se va realizando, y realiza.