El fetichismo y el interés sexual

Las líneas que separan el fetichismo del simple interés por algo son algo borrosas. Por ejemplo: bien pudiera suceder que te gustara palmear el trasero de X mientras estáis en faena (siempre te ha excitado mucho su culo, la manera cómo se menea), o que, cuando piensas en Y, lo haces imaginándotela vestida con un traje de cuero negro y un látigo en sus manos (esa chica tiene algo de felino en la mirada). Bien pudiera ser, ¿por qué no?, que tuvieras esos pensamientos y que, dejándote llevar por ellos, gustaras de masturbarte enfundando tu mano en un panty mientras piensas en tu mano palmeando las nalgas de X o en la imagen agresivamente dominante de Y o en las grandes tetas de Z, tu compañera de oficina. Piensas en esas tetas y vienen a tu memoria otras tetas grandes (las de una antigua novia, las de tu vecina, las de la chica del quiosco…) y notas cómo tu excitación aumenta y cómo no te resulta nada difícil correrte cuando, al masturbarte, piensas en ellas.

La pregunta, ahora, es de cajón: ¿cuál de esas imágenes actúa para ti como fetiche? En rigor todas ellas lo serían. Serían un fetiche los pantis que enfundan tu mano al masturbarte. También el cuero de un disfraz de dominatrix. Y las nalgadas, el imaginar cómo las nalgas tiemblan y se cimbrean cuando tu mano las palmea. Pero seguramente serían los pechos grandes los que ocuparan el primer lugar en la cadena de tus fetiches. Ellos siempre han estado presente en tus sueños y fantasías y han permitido una liberación sexual mucho más satisfactoria. Eso, la permanencia, marca su papel predominante entre todos tus fetiches. Los otros, muy seguramente, pueden ser fetiches leves, casi curiosidades sexuales. Todos tenemos intereses de ese tipo. A todos nos gustaría introducir cosas nuevas en nuestros repertorios sexuales. Pero esas cosas no tienen porqué ser, en sí, fetiches. Serán su intensidad en nuestra imaginación y el grado de implicación en nuestras sensaciones de satisfacción sexual lo que determine su condición de fetiche o no.

Un mito: sólo los hombres tienen fetiches

Los fetiches no discriminan por razón de género, raza o clase social. Pueden ser tanto propiedad de hombres como de mujeres. Hay fetichistas femeninos a quienes excitan los mismos objetos que excitan a los hombres, aunque en las webs y en las revistas suelan asociarse a los hombres. Si es así es, simplemente, por una cuestión empresarial y por motivaciones económicas: los principales consumidores de pornografía son hombres.

Pero el fetichismo está algo más extendido de lo que nos creemos. Seguramente estamos rodeados de fetichistas y no lo sabemos. Las personas con fetiches suelen ser muy conscientes de su fetiche y han racionalizado y meditado mucho sobre él. Seguro que se han documentado para explicarse a ellos mismos sobre el porqué de esa irresistible atracción hacia ese fetiche. Seguro que se han instruido. Seguro que han tomado consciencia de que, en la mayoría de los casos, no pueden compartir su fetiche con sus seres queridos.

El fetichista tipo seguramente tiene que hacer o buscar un hueco en sus vidas para poder dar cumplimiento a la liberación de su fetiche, a su plena satisfacción. El miedo a ofender o molestar a su parejas con su “extraña afición” puede hacer que sea así. De ese modo, la mayoría de los fetichistas compartimentan y aíslan sus fetiches cuando mantienen relaciones sexuales con sus parejas, adaptándose al estilo de relación que sus parejas desean. Esto, claro, no es lo ideal. Nadie tiene que sentirse solo en el seno de una relación. Nadie debería sentirse confundido ni coartado a la hora de satisfacer sus necesidades sexuales. Aquí iremos ofreciendo pequeñas pinceladas para evitar ese aislamiento emocional. Intentaremos ofrecer el instrumental teórico para que podáis abriros mental y prácticamente a nuevas formas de practicar el sexo. El objetivo es que consigáis compartir una intimidad sexual más profunda y verdadera. Aquí aprenderás a comprender tu fetiche o el de tu pareja y a sacarle el máximo rendimiento de placer. Después de todo, métete algo muy sencillo en la cabeza: el sexo “normal” es, ni más ni menos, que el sexo que te gusta.