Basta salir un poco de noche para contemplar cómo hay mujeres (y también hombres) que lucen una estética típicamente BDSM. ¿Quiere eso decir que esas personas son todas amantes del sadomasoquismo, el bondage, la dominación y todo el catálogo de prácticas que podríamos considerar propias del universo BDSM? No, ni mucho menos. Quiere decir, simple y llanamente, que el mundo de la moda ha tomado en más de una ocasión elementos estéticos del universo BDSM convirtiéndolos, de algún modo, en ítems estéticos masificados.

Rebeldía contra el poder mientras se juega con él

Uno de los diseñadores que más directamente ha sido responsable de esa apropiación de elementos estéticos BDSM para llevarlos al mundo de la moda ha sido el diseñador y director cinematográfico estadounidense Tom Ford. Ford, que fue en su momento responsable creativo de marcas como Gucci o Saint Laurent, fue acusado en más de una ocasión de ser un simple vendedor de sexo. No hace falta decir que Ford rechazó una visión tan simplista de lo que era su apuesta estética. Al llevar al consumidor una apuesta estilística en la que se jugaba continuamente con los conceptos de Dominación y sumisión, lo que Ford estaba intentando plasmar era hasta qué punto el sexo puede ser poder y hasta qué punto la moda puede también tener que ver con ello.

Bucear en los orígenes de la estética sado es bucear en un tiempo de casi absoluta clandestinidad. Los prejuicios contra este tipo de prácticas sexuales hicieron que sus practicantes se sintieran, en buena medida, como unos rebeldes. La elección de una estética en cierto modo agresiva y, sin duda, diferente a la imperante en la sociedad pretendía dejar constancia visual de dicha rebeldía. Si estamos fuera de la sociedad, parecían querer decir los miembros de la comunidad BDSM, vestiremos de una forma radicalmente diferente a como lo hacen los miembros de dicha sociedad.

La estética BDSM, casi un cliché

Analistas y estudiosos del sadomasoquismo y de las prácticas BDSM han señalado cómo ese estar fuera de la sociedad (lejos, pues, de los ámbitos del poder) no significó, en modo alguno, que los miembros del universo BDSM se deshicieran por completo de la idea de ese poder, ni mucho menos. Lo que hicieron fue convertirlo en una especie de juego. Y es sobre ese juego, precisamente, sobre el que se articulan la inmensa mayoría de las prácticas BDSM. En ellas hay alguien que impone su poder sobre otro. En ellas hay quien manda y quien obedece. Para Michel Foucault, filósofo francés, en los juegos BDSM el poder se convierte en estratégico y el sadomasoquismo, en sí, viene a ser algo así como “la erotización del poder estratégico”.

Más allá del trasfondo filosófico que pueda existir en la práctica del sadomasoquismo, lo cierto es que ese carácter lúdico que está o debería estar presente en todo momento en las prácticas BDSM y que, en gran medida, se refleja en su provocadora estética, ha servido de inspiración al mundo de la moda, que la ha tomado, la ha estandarizado y la ha hecho tan omnipresente que, tal y como afirma Peter Tupper en A Lover’s Pinch: A Cultural History of Sadomasochism, la ha convertido “casi en un cliché”.

La estética BDSM está presente en muchos de los contenidos culturales que consumimos. Lo está a la hora de mostrarnos villanos en el cine. Eduardo Manostijeras, que no es villano pero que en el film de Tim Burton es tomado por muchos como tal, luce una estética absolutamente BDSM, reforzada, en este caso, por la presencia de esas grandes cuchillas que el personaje tiene por dedos. También los personajes de Matrix tienen un look fundamentalmente inspirado en el universo BDSM. La moda, sin duda, ha convertido metamorfosear una estética muy particular y muy de grupo en algo que hoy, en la actualidad, se contempla como algo que no tiene por qué identificar exactamente a los miembros del colectivo originario de dicha estética.

La moda, al igual que le sucede al BDSM, es un medio de expresión y de experimentación. La moda y el BDSM comparten una voluntad de transformación, un salir a la busca de algo, un ansia de descubrimiento. Por eso moda y BDSM estaban, en gran medida, condenados tarde o temprano a cruzarse. Por eso estaban predestinados a llevarse bien. Después de todo, y tal y como apuntó en su día el citado filósofo Michael Foucault, el sadomasoquismo dispone del cuerpo. Y… ¿no es de eso mismo de lo que trata la moda? Los grandes creadores de moda no se ocupan de tapar el cuerpo ni de protegerlo de las inclemencias del tiempo. O no de eso fundamentalmente. Los grandes creadores exploran ese cuerpo, lo transforman, lo deconstruyen. En resumen: juegan con él. De un modo diferente quizás a como lo hace el BDSM, pero guiado en todo momento por un impulso similar. Una vez más, y vistos desde esta perspectiva, BDSM y moda parecen estar predestinados a ir de la mano o, cuanto menos, a mantener relaciones puntuales muy estrechas.

De Versace, Madonna y otras historias

Pero que moda y BDSM estuvieran predestinados a coincidir no quiere decir que el encuentro entre una y otro fuera recibido, en su momento, como algo digno de aplauso. Es más: fueron muchas las críticas que en 1992 se vertieron sobre la figura de Gianni Versace cuando el famoso diseñador presentó su colección Miss S&M. En dicha colección, Versace apostó por lo que entonces se entendió como una casi insultante fusión entre el barroco italiano y la estética BDSM. Y es las críticas, en algunos casos, fueron demoledoras. Algunas columnistas dijeron sentirse ofendidas como mujeres. Otras compararon la propuesta estética de Versace con la que mensualmente podía contemplarse en las páginas de Playboy. Las más suaves pusieron en duda que lo representado por Versace en sus creaciones tuviera que ver con las fantasías eróticas reales de las mujeres. Hubo quien, directamente, rechazó de plano el poder vestir algún tipo de ropa de aquella colección en la que confluían moda y estética sadomasoquista con un argumento de peso: “no quiero ser una prostituta”, dijo directamente una crítica de moda al salir del desfile en que se presentó Miss S&M.

1992 debe ser señalado, pues, como una fecha capital en la relación entre estética sadomasoquista y mundo de la moda, y debe ser señalado así no solo por el mencionado desfile de Versace. En 1992 se produjeron también dos acontecimientos que pueden servirnos para ilustrar de qué forma, y poco a poco, el mundo de la moda iba a acabar convirtiendo la estética BDSM en poco menos que un cliché. El primero de esos acontecimientos fue el que la cantante italo-americana Madonna escogiera un vestuario de clara inspiración bedesemera tanto para su gira de presentación del disco Erotica como para muchas fotografías de Sex, un polémico libro de fotografías de la famosa cantante tomadas por el fotógrafo Steven Meisel en las que la cantante aparece, en muchas ocasiones, con ropajes propios del universo BDSM y en actitud procaz. El segundo acontecimiento al que nos referimos, que también tuvo lugar en 1992 y que también sirvió para acercar la estética sadomasoquista al gran público fue el estreno de la película Batman Returns. En dicho film aparece una arrebatadoramente sexy Michelle Pfeiffer interpretando a Gatúbela y vestida con un ceñido traje de látex y una máscara, ambas cosas de clara inspiración bedesemera.

Tras aquel momento inaugural de la relación entre BDSM y el mundo de la moda, son muchos los diseñadores que han intentado profundizar en la plasmación de dicha relación en sus colecciones. Sin ir más lejos, Donatella Versace, a la muerte de Gianni, ha seguido los pasos estilísticos que éste diera por vez primera al crear la colección Miss S&M. Así también, no son pocas las colecciones de moda en las que puede contemplarse cómo arneses, máscaras, correas, piezas de látex o cuero negro, etc. se incorporan, de manera ya habitual, a las distintas creaciones. Aplaudimos que, en cierto modo, eso también ha servido para normalizar, aunque solo sea hasta cierto punto, la imagen global que muchos miembros de nuestra sociedad pueden tener de lo que es el BDSM.