No todo vale para castigar

El hecho que una persona dominante deba castigar a una persona sumisa por exigencias del juego nunca puede significar que la persona dominante pueda elegir a su capricho y antojo el castigo que primeramente acuda a su imaginación. Hay castigos vedados que nunca deben usarse. Un castigo no debe nunca causar un daño emocional a la persona sumisa. Hay que diferenciar claramente el maltrato psicológico y el castigo en los juegos de dominio y sumisión propios de la práctica BDSM.

El juego BDSM, por ejemplo, no debe servir en ningún caso para castigar a la pareja por problemas que se estén produciendo en el seno de la relación. Las relaciones humanas no son balsas de aceite. Evolucionan, y toda evolución implica que, de una manera u otra, vayan apareciendo crisis de mayor o menor importancia en el seno de ellas. Esas crisis deben resolverse fuera del ámbito del BDSM. ¿Por qué? Fundamentalmente, porque la resolución de un problema de pareja debe realizarse a partir de un diálogo de igual a igual.

Si la persona dominante intenta imponer su punto de vista amparándose en su rol en la práctica BDSM (tentación que siempre está presente) debe saber que se está arriesgando a que la confianza de la parte sumisa hacia ella se desmorone. Esa actitud por parte de la parte dominante puede generar la aparición de un sentimiento de rencor en la parte sumisa y ese rencor nunca puede irle bien a la relación. Una vez el problema haya sido tratado de igual a igual y se haya resuelto, entonces sí que la parte dominante puede preguntar con suavidad y tacto a la parte sumisa si considera que merece un castigo. Si esta parte dominada, superado el problema, contesta que sí, el castigo que se inflija puede servir de catarsis (lo que siempre será positivo para la pareja).

Algo en lo que tampoco nunca puede consistir el castigo es en una ruptura unilateral de la comunicación por parte de la parte dominante. No hay peor castigo seguramente para un sumiso que verse privado de la atención de su Ama. Si esa comunicación se rompe, el sumiso queda expuesto a dos sentimientos terriblemente negativos y autodestructivos. Esos sentimientos son los de la culpa y la vergüenza. El surgimiento de estos sentimientos y la obligación a la que se ve enfrentada la parte sumisa de encauzar y desactivar esos sentimientos tendrá un efecto directo: la parte sumisa perderá confianza en la dominante. Como sabemos, la falta de confianza entre las dos partes (dominante y sumisa) de una sesión BDSM acaba arruinando esa relación que precisamente se sustenta, en gran parte, sobre la confianza. El Ama debe enfatizar con su sumiso y ese enfatizar debe estar presente siempre en el juego, incluso cuando se está aplicando el castigo. Después de todo, la frustración del sumiso debe ser siempre, también, la frustración del Ama.

En algo en lo que tampoco debe nunca sustentarse el castigo es en amenazar con poner fin a la relación. El régimen de disciplina interna del juego no puede dar cabida a esa posibilidad. El castigo debe enriquecer el juego (de eso se trata); no debe acabar con él. El juego puede acabar, claro, pero por otros motivos.

Los celos, siempre al margen

Tampoco los celos deben utilizarse como instrumento de castigo. Los celos (se ha dicho una y mil veces) son destructivos para la pareja. Nada bueno puede surgir de los celos, y mucho menos en una relación BDSM. Su uso puede provocar, también, que la parte sumisa deje de confiar en la parte dominante. Sembrar discordia entre varios sumisos (en caso de que la parte dominante los tuviese) no es buena idea. Si, en el fondo, lo que sucede es que la parte dominante se siente atraída por otras personas, entonces lo que hay que preguntarse es si verdaderamente la relación que mantiene con ese sumiso en concreto tiene razón.

El castigo tampoco puede suponer la manipulación psicológica o emocional del sumiso. Si la estabilidad psicológica y emocional del sumiso es manipulada se produce la ruptura de uno de los pilares fundamentales del BDSM y lo que era un juego consensuado, sensato y seguro se convierte en simple maltrato. La autoestima de la parte sumisa no puede resultar afectada. Que la parte sumisa acabe dependiendo psicológicamente de la parte dominante es un fracaso absoluto, también para ésta. Culpa y vergüenza deben ser sentimientos prohibidos que no deben aflorar por un castigo.

Éste (que tampoco debe privar a la parte sumisa de algo que, por ella, sea considerado realmente valioso) puede ser nunca incoherente. El régimen de castigos debe tener su propia coherencia interna. A infracción similar, similar castigo. No vale alternar permisividad y dureza de manera caprichosa. Esto hablaría no demasiado bien de la parte dominante y nos la retrataría como a una persona veleidosa y poco coherente que se dejara llevar por sus sensaciones personales y por su momento anímico que por su sabiduría y su saber hacer como Ama. Si se deja abierto este resquicio de debilidad (de hecho, la parte dominante aparece como un dominador no intachable), un sumiso inteligente y hábil puede utilizar sus tretas para manipular al Dominante.

Evitando estos errores resultará más fácil conseguir lo que, en un principio, es el objetivo del castigo en el juego BDSM: poner punto y final al conflicto que lo generó y liberar a la parte sumisa de sus sentimientos negativos.