Experimentando una paliza
Hay experiencias que no se pueden comunicar con la palabra. ¿Cómo explicar a nadie lo que se siente cuando te propinan una paliza? No hay libro ni fantasía ni película ni amigo que pueda explicarte ni hacerte partícipe de las sensaciones que se experimentan en una situación así. Sólo la práctica puede explicarlas.
Todas las buenas Dóminas prueban sus nuevos castigos y sus nuevos juguetes sadomasoquistas en su propia carne. De alguna manera, ésa es la mejor manera de saber lo que se hace: haberla experimentado antes. Quizás la mejor Dómina sería aquélla que antes fue sumisa, la que experimentó en su propio cuerpo el escozor o la picadura de una nalgada, un azote o un trato humillante. Quizás ésa sería el mejor modo de saber en qué punto exacto se encuentra el límite del castigo y cuando éste es suficiente.
¿Cuánto castigo es suficiente?
Para responder a esta pregunta no hay una única respuesta. Todo dependerá de los niveles de tolerancia del sumiso en cuestión, de la intensidad de la situación vivida entre Dómina y sumiso, y del grado de gravedad del pecado cometido por éste.
Para no equivocarse de buenas a primeras, es importante empezar con un castigo que implique un bajo nivel de dolor. Siempre habrá tiempo, según sean las reacciones del sumiso, de agregar más intensidad y de subir el listón del dolor a un grado superior. El nivel del castigo acostumbra a ser una de las cosas que se negocian y de las que se trata en las charlas previas a la puesta en práctica de la escena BDSM. Pero hablar es una cosa y otra muy distinta estar dentro de la acción, propinando o sufriendo el castigo alrededor del que gira el juego. El Ama debe saber qué necesita el sumiso y debe procurar proporcionárselo. Ésa es su misión fundamental y estelar en el juego. Ir demasiado lejos en ese propósito puede alejarla de él y eso diría poco en su favor. Sería un fracaso que rompería la relación de dominio.
La buena Dominatriz deberá estar pendiente constantemente de las reacciones del sumiso. El control de la situación, por su parte, deberá ser absoluta. Es fácil que, al principio, se encuentre con un sumiso que acata el castigo estoica y silenciosamente. El sumiso exhibe ahí una actitud pretendidamente varonil, una actitud que, en algunos casos, puede resultar incluso desafiante y provocadora.
Llegará el momento en que empiece a proferir algún tipo de gemido o de sonido más o menos gutural que dejará constancia del dolor que estará empezando a sentir aunque todavía, de alguna manera, estará luchando contra la autoridad de la Dómina. Por eso no suplicará perdón ni pedirá que se detenga el juego recurriendo al safeword.
Es aquí cuando Dómina y sumiso empiezan a moverse en el terreno peligroso en el que el castigo puede llegar a ser excesivo. Las nalgadas que se hayan propinado pueden haber enrojecido más de la cuenta la zona azotada. Hasta pueden haber surgido ampollas en dicha zona. Que éstas sangren dependerá muy probablemente de la insistencia en castigar la zona en que ellas se encuentran.
Ante esta situación, toda buena Dómina deber recordar dos premisas importantes en los juegos de dominio y sumisión. La primera de estas premisas se fundamenta en que no es necesario que el sumiso esté sin poder sentarse durante toda una semana para que el castigo haya sido efectivo y la sesión haya resultado un éxito. La segunda, recordar en todo momento que el suspense, el misterio y la humillación suelen ser más efectivos que el simple dolor. Éste siempre debe estar justificado y ser proporcionado. Siempre es preferible, en este aspecto, quedarse un poco corto que pasarse de largo. El dolor por el dolor no es el objetivo del juego erótico de la dominación, el sadomasoquismo o el bondage. El dolor sólo es un instrumento más en manos de la Dominatrix para conseguir que el sumiso encuentre satisfacción a sus pulsiones sexuales más íntimas.