Un debate abierto

Todo el que llega al BDSM por vez primera llega cargado con una mochila de ideas preconcebidas y dudas por resolver. Una de esas dudas es la diferencia existente entre una sumisa y una esclava. La duda no es fácil de resolver. De hecho, el de las diferencias entre sumisas y esclavas es uno de los grandes temas de discusión en el universo BDSM.

Si quisiéramos resumir en una frase las diferencias entre sumisas y esclavas lo podríamos hacer de la siguiente manera: “la sumisa mantiene cierta distancia con el Amo; la esclava, por su parte, entrega su libertad y sus derechos a su Amo”.

Otra manera de diferenciar a la sumisa y a la esclava (al menos en algún tipo de relación) es la siguiente. En las relaciones de sumisión, la sumisa centra su atención en su misma persona. En las relaciones BDSM de esclavitud, la esclava centra durante todo el tiempo y toda su atención en el Amo.

Otra buena manera de diferenciar a sumisas y esclavas es realizando una dicotomía entre lo que cada una de ellas acepta: la sumisa acepta la sumisión; la esclava, por su parte, acepta la obediencia.

La sumisa

Para hablar en detalle de las diferencias entre sumisas y esclavas hay que hablar, inevitablemente, de límites. La sumisa, para empezar, tienen una lista de reglas, de condiciones y de límites que un Dominante debe respetar en todo momento y que debe conocer antes de iniciar una sesión o una relación. Las condiciones de la sumisa señalan unos límites y unas reglas. La sumisa da su sumisión de una manera limitada por un período determinado de tiempo y bajo ciertas condiciones. Durante ese tiempo, el Amo toma o pide prestado el control de la sumisa y en el grado que ella lo desee. Transcurrido ese tiempo, el control vuelve a la sumisa. En cierto modo, lo que la sumisa hace es controlar su propia sumisión y cederla estableciendo los límites que no deben ser traspasados.

¿Son inquebrantables los límites establecidos por la sumisa? No necesariamente. Es habitual que esos límites y esas reglas varíen cuando se establezca una relación de confianza entre la sumisa y su Dominante. Será entonces cuando, con mucha probabilidad, la sumisa coloque sus fronteras “un poco más allá”. Será necesario que la confianza sea total y la sumisa y el Dominante se conozcan perfectamente para que, si ése es su deseo, se conviertan en Amo y esclava.

Hay que decir que no todas las sumisas sirven para ser esclavas. Las prácticas que se realizan dentro del juego son distintas y las emociones experimentadas son muy diferentes. ¿Con esto qué queremos decir? Que no es absolutamente necesario que una sumisa acabe convirtiéndose en esclava. Tampoco es ningún fracaso para ella el no dar ese paso. En el BDSM, todo debe partir de la voluntad. Y en el BDSM cada persona puede tener sus propias necesidades e intereses sin por ello tener que pedir perdón a nadie ni dar explicaciones.

La esclava

Practicar la esclavitud implica ascender un peldaño más en la escalera de la obediencia. La esclava entrega su cuerpo, su mente y su alma al Amo. Sometiéndose a la voluntad de éste, la sumisa renuncia a la suya. Los gustos del Amo son, por obligación, los gustos de la esclava.

El ser esclava es, al igual que el ser sumisa, fruto de una decisión. En el caso de la esclava, su decisión es simple: otorgar el cetro de la voluntad a su Amo. La esclava puede ser poseída a cualquier hora por el Amo (incluso cuando no se está juntos físicamente). La esclava se despoja de su libertad para entregársela a su Amo y será el Amo quien haga uso de esa libertad y disponga de ella a su antojo. La decisión de desprenderse de la propia libertad para entregarla al Amo no puede ser, nunca, una decisión forzada. La esclava la entrega porque quiere y porque, en definitiva, ésa es la manera de sentirse a gusto consigo misma y, ¿por qué no decirlo?, realizada y feliz.

La esclava, al renunciar a su libertad, se oferta al Amo para que éste la moldee a su capricho y necesidad. Reeducada, la esclava podrá cumplir con su cometido, que no es otro que el de servir, obedecer y satisfacer al Amo. La esclava es feliz sirviendo a su Amo y éste contrae, al aceptar a su esclava, una serie de obligaciones. Entre todas ellas, la principal es colmar las necesidades de la esclava. Para saber cuáles son esas necesidades, la esclava debe verbalizarlas. Comunicadas las necesidades, el Amo deberá actuar en consecuencia sin perder de vista un mandato no escrito de las relaciones de esclavitud BDSM. Ese mandato es el siguiente: los límites del Amo deben convertirse, en el seno de la relación BDSM, en los límites de la esclava.

¿Quiere esto decir que la esclava es, en la relación BDSM, un ser incapacitado para expresar pensamientos? No. Ni mucho menos. La esclava puede expresar sus pensamientos y sus opiniones puede, también, hacer uso de sus habilidades. El empleo de esas habilidades servirá para mejorar la relación entre el Amo y la esclava y para fortalecer los lazos que les unen. El Amo que sabe ejercer como tal tendrá muy en cuenta la opinión de la esclava. Eso le servirá, al fin y al cabo, para avanzar un poco más en el camino del conocimiento y para, en definitiva, tomar las decisiones (pues las decisiones siempre deben ser tomadas por el Amo) que mejor le sienten a la relación y más enriquezcan a las dos partes que intervienen en la misma.

Que la esclava sea algo así como una sumisa elevada a la enésima potencia (no todas las sumisas pueden convertirse en esclavas pero todas las esclavas son sumisas) no quiere decir que la sumisa deba obedecer OBLIGATORIAMENTE todas las órdenes dadas por su Amo. La esclava está liberada de obedecer una orden cuando dicha orden:

  • Entre en conflicto con las leyes y la ejecución de dicha orden pueda llevar a la esclava a ser multada, detenida o procesada.
  • Pueda causar daño extremo a la vida de la esclava.
  • Pueda suponer la pérdida del puesto laboral de la esclava.
  • Pueda provocar algún tipo de tensión o problema en el seno de la familia de la esclava.
  • Pueda causar un daño corporal permanente a la esclava.
  • Pueda causar un trauma psicológico a la esclava. Por ejemplo: no se forzará a escenificar una escena de violación a una esclava que fue violada en el pasado y en la vida real.