No existiría el BDSM si no existiera la sumisión o, dicho de otro modo, si no hubiera hombres y mujeres dispuestos y dispuestas a adoptar un rol de sumisos o sumisas dentro de lo que podríamos llamar una relación sexual alternativa. Y si esos hombres y mujeres existen es, ni más ni menos, porque unos y otras encuentran placentero el adoptar dicho rol. Los placeres de la sumisión son, al decir de sumisos y sumisas, varios. De ellos (y en especial de los que experimenta el hombre sumiso) os vamos a hablar en este post.
Quienes no participan de las prácticas BDSM ni gustan de ellas se preguntan sobre la motivación que empuja a los sumisos a serlo. La respuesta a esa pregunta es la siguiente: simplemente… porque encuentran placer en ello.
¿Difícil de entender? Quizás sí si uno no se reconoce amante de lo kinky pero no tanto si acudimos a la cultura japonesa y rebuscamos en lo que podríamos llamar su refranero. Allí encontramos el siguiento dicho: “someterse es una forma de liberarse”. ¿Y qué mejor forma de liberarse que dejarse arrastrar por nuestros instintos más básicos?
Algunos teóricos del universo bedesemero afirmarn que los placeres de la sumisión BDSM se basan en la oposición de los dos polos que participan en el juego. Esa oposición de polos contrapuestos un axioma que se da en todas la polaridades de la vida. Como el ying o el yang, las tinieblas y la luz, el macho sumiso y la hembra dominante (o viceversa) son las dos caras de la misma moneda: uno y otro se necesitan para estar completos.
FemDom: fantasías sexuales y placeres de la sumisión masculina
Al mismo tiempo, el placer experimentado por los dos participantes del juego FemDom, Dominatrix y esclavo o Amo y sumisa, no se deriva solamente de ese modo de complementarse y completarse los polos opuestos.
Los juegos BDSM no solo basan su éxito en el hecho de que el Ama ejerza su dominio sobre su esclavo y éste, renunciando a su capacidad de acción, pueda (hasta el límite que las normas pactadas y el contrato BDSM determinen) entregar su voluntad a su Dómina.
El éxito de toda práctica de Dominación/sumisión se basa también en que tanto la parte Dominante como la parte sumisa encuentran en estos juegos un instrumento o un camino para alcanzar la feliz realización de sus fantasías sexuales más escondidas y de sus deseos más ocultos.
Para que tanto Ama como sumiso puedan paladear, en una de estas prácticas D/s, los placeres que les son propios, debe producirse una simbiosis.
Las funciones y roles desempeñados por las dos partes son simbióticos. ¿Qué significa esto? Que lo que puede parecer la dictadura absoluta de la Dominatrix debe esconder dentro de sí una preocupación por los gustos del sumiso y por la satisfacción, en definitiva, de sus deseos.
Del mismo modo, el esclavo debe, en cierto modo, oponer una resistencia que aumentará el placer de la Ama cuando ésta sea capaz de vencerla. Si esa resistencia no existe, la parte Dominante no saboreará los placeres derivados de este tipo de prácticos.
Eso sí: esa simbiosis no puede implicar en caso alguno que la parte sumisa inicie una acción. Esa parte esclava debe tener la habilidad de ponerla en manos de su Ama, que la tendrá en fideicomiso hasta que crea que es el momento de ejecutarla, bien sea al final de una escena, tras una negociación o, por qué no, al final de una vida.
Los placeres de la sumisión a un Ama
Uno de los grandes placeres de la sumisión masculina dentro de los juegos FemDom resulta del modo en que el Ama juega con su nivel de excitación y especula con el momento de su orgasmo.
Dentro de las prácticas BDSM, los hombres asumen que su satisfacción sexual deberá retrasarse justo hasta que su Dómina decida permitírsela. Esto acostumbra a suceder cuando Ella ya ha conseguido su satisfacción, que no tiene por qué ser necesariamente física. La gratificación mental es muy importante en estas prácticas.
Una buena Dominatrix se ocupará siempre de prolongar la excitación sexual del sumiso impidiendo que éste eyacule (si se persigue ese fin) antes de tiempo. Al hacerlo, ella se sentirá especialmente satisfecha y orgullosa de su acción.
El placer de la Dómina se derivará aquí de una confluencia de factores. Por un lado, se sentirá feliz por haber podido, con mano experta, prolongar la excitación de su sumiso. Por otro, experimentará con gran placer hasta qué punto su sumiso está sometido a ella.
Uno de los grandes instrumentos que tiene en su mano el Ama para simbolizar esa Dominación es el cunnilingus. Esta práctica de sexo oral en la que la mujer adopta el papel pasivo sirve al hombre para mostrar su adoración ante la Fémina.
El sumiso, al lamer la vagina del Ama, al estimular tanto los labios vaginales como el clítoris de su Diosa con sus labios y su lengua, se acerca como un devoto a lo que es su Santuario sagrado. Y este acto, que sin duda proporciona placer a la mujer, se convierte, también para él, en un acto muy placentero.
¿Y cuál es la función del Ama en estas circunstancias? ¿Debe limitarse solo a mandar? No. Ni muchos menos. Una Dominatrix que se precio de serlo debe conseguir que el sumiso se sienta libre de culpa al disfrutar de los actos que Ella ordena realizar.
Es ella, la cruel y tiránica Ama y contra quien no existe rebelión posible, quien le obliga a acercarse a los pliegues de sus bragas en posición de servidumbre.
Castigo y perdón en el FemDom
Castigo y perdón serán actos que la Dómina debe ir alternando para que de ese modo, como si de una obra de inspiración aristotélica se tratase, llegar a la catarsis de los actores que participan en la escenificación de este juego de mandato, sumisión y, no lo olvidemos nunca, placer. Después de todo, es el placer el que da sentido al juego.
Otro de las explicaciones que pueden servir para explicar y justificar los placeres de la sumisión para el sumiso tiene que ver con la psicología más íntima de la persona y con su manera de recordar y añorar la infancia.
Sabemos que la primera fortaleza y autoridad de nuestra vida es femenina, a pesar de que no todas las mujeres están interesadas en ejercer la facultad de ser madres. Así, en el fondo, lo que busca inconscientemente el sumiso dentro del juego BDSM es, de alguna manera, regresar a la infancia y al amor maternal.
Nuestra madre, cuando éramos niños, podía castigarnos, sí. Y podía llegar a ser muy dura con el castigo. Pero casi siempre, tarde o temprano, acababa por perdonarnos. Esa alternancia entre castigo y perdón es, ya lo hemos apuntado, similar a la que ejerce el Ama con su esclavo.
Convertirse en una Dominante es una forma muy alegre de celebrar la innata fortaleza femenina. Esta transformación (que no tiene nada que ver con la elección o no de ejercer la capacidad de maternidad que la naturaleza otorga a la mujer) podía resultar más sencilla en edades y culturas antiguas, cuando el culto a una divinidad femenina era lo habitual, antes de que se impusieran cultos religiosos de carácter patriarcal.
Romper con esa imposición patriarcal es, entre otros, uno de los grandes placeres de la Dominación/sumisión para la mujer Dominante. Pero eso ya es materia de otro artículo.