Segundo acto
Él segundo acto es el tiempo del castigo. En esta fase, pocos sumisos optan por la rebelión y la insumisión. Dentro de su cerebro ya han aceptado que una insumisión es sólo el preludio de otro castigo mayor.
El sumiso ya debe haber asumido, en esta fase del juego, que ningún acto de rebeldía queda impune y sin escarmiento. Sabiendo esto, seguramente el sumiso buscará (si ése es su deseo) un castigo mayor. No lo dudes ni por un instante. Concédeselo. Si no usa el safeword, prosigue con el castigo. Implorará que te detengas, seguramente. Pero eso forma parte del juego. En principio, sólo el safeword negociado debe servir para detener el juego y poner fin a alguna acción. En principio. Por eso hay que apelar siempre a la atención sobre lo que se hace y al sentido común. Hay que mantener el juicio pese a que se continúe con el castigo previsto, pese a las lágrimas y los gemidos. Estos, en el fondo, pueden ser un medio que tiene el sumiso para aumentar su propia excitación, para ver hasta qué punto llega tu poder sobre él, para disfrutar a lo grande de ese placer. Por eso, pese a su petición de clemencia, debes castigarle. Y debes jugar con su sensación de miedo.
Ya hemos visto que el miedo es un elemento indispensable del juego sadomasoquista. El temor aumenta la capacidad de todo castigo de ser efectivo. Una simple palmada puede, merced al miedo, convertirse en un símbolo perfecto de poder. Serán las fantasías eróticas individuales las que determinen, en cada caso, el diálogo. Y ese diálogo debe, en boca del sujeto dominante de la pareja de juego, fomentar la sensación de miedo en el sujeto sumiso.
Tercer acto
El tercer acto se centraría, fundamentalmente, en el desenlace. El desenlace atesora dentro de sí otro momento fundamental del juego: la consolación del sumiso por parte del dominante. Algunos sumisos varones podrían ser recompensados con la posibilidad del placer o con mostrar su renovada devoción hacia su Ama.
Después, finalmente, llegará el momento del orgasmo. Aquí no hay generalización posible. Hay hombres que llegan al orgasmo en el momento mismo del castigo. Es el castigo el que hace que se corran. Otros, experimentan ese momento gozoso una vez finalizado el castigo, cuando son acariciados por la sensación reconfortante de la consolación.
Llegado el orgasmo y finalizada la escena, se necesita un ritual para salir de las leyes del juego, de su esquema de participación y desarrollo, y volver a la vida normal. La limpieza y almacenaje de los juguetes utilizados en la escena forman parte de ese ritual. También forman parte de él los abrazos. Y debería hacerlo la conversación, la puesta en común, el intercambio de opiniones entre dominadora y sumiso sobre cómo ha ido la cosa. Una ducha juntos, una taza de té compartida, una música relajante, un tiempo de silencio en compañía, el saborear la cercanía del otro… Son muchos los pequeños actos que pueden dar encarnadura a ese ritual de vuelta a quien uno era. El objetivo es ir creando entre dominadora y sumiso un ritual que sirva a ambos para alcanzar esa relajación que debe permitir el regreso a la vida normal.
Debemos advertir que, tras una sesión de juego de dominación y sumisión, pueden surgir una serie de problemas. El sumiso puede quedar, en cierto modo, en un estado de indefensión. O un rencor por algo que no ha salido como se esperaba puede brotar y hacer de las suyas en la relación. De ese rencor pueden nacer la crítica malintencionada y la voluntad de hacer daño. Hay que pensar que, muy probablemente, todo el problema viene de la escena en sí misma. De cómo se ha desarrollado. Por eso hay que hablar con el corazón en la mano de ella. Sinceramente. Preguntarse si algo que sucedió en la escena hizo aflorar viejos traumas. Aceptar o negar la superación o no de los mismos. Y hay que hacerlo sin faltar o faltarse al respeto. Quizás un terapeuta de parejas pueda ayudar, pero la mejor ayuda sale de vuestra propia sinceridad del uno hacia el otro.
Pero no te obsesiones con este tipo de posibles problemas si vas a iniciarte en estos juegos. La mayoría de las parejas, tras una serie de sesiones, afirman encontrarse más unidas y comprometidas que antes. Que su confianza mutua ha aumentado, suelen argumentar. Y que esa confianza mutua les ha permitido disfrutar mucho más el uno del otro. Y conocerse mejor.