Sexo y privación sensorial
Está más que comprobado: cuando una persona pierde uno de sus sentidos, los otros se espabilan para rellenar el hueco que aquél deja. Quizás el sentido más fácil de restringir durante las relaciones sexuales sea la vista. Unos anteojos no deben faltar en ningún cajón BDSM de cabecera. Una hembra dominante puede taparte los ojos o rociarte de un determinado perfume o colocarte una mordaza para evitar que digas tonterías mientras te folla bien follado. Puede colocarte las sábanas sobre la cara para que no mires qué hace contigo (si tu equipaje BDSM es todavía el de un principiante), creándote expectativas y, por supuesto, incendiándote a tope.
Ensayar la suspensión
El clásico BDSM es una deliciosa mezcla de dolor y placer. Por lo general, el socio dominante brota de un anhelo interno de causar dolor o, mejor dicho, dominar a otra persona de manera física y sexual. Quizás sea exagerado decir que un sádico duerme en el seno de un socio dominante, pero el principio original que mueve al sádico es similar que el que mueve al socio dominante en el BDSM. De la misma manera, el masoquismo anida en el interior del sumiso. Para que el juego sea perfecto y la relación enriquecedora y gozosa, se debe dar un equilibrio perfecto entre dar y recibir dolor dentro de la actividad sexual. Si ese equilibrio se alcanza, las sensaciones eróticas se maximizan y la salud física y mental crece, aunque pueda parecer, a primera vista, que la mente se tambalea en el filo de la locura. Para que nada se escape de las manos y todo esté bajo el control estricto de lo pactado, todos aquellos que queráis incorporar elementos de dolor y placer en vuestra vida sexual debéis, por encima de todo, hablar de vuestros deseos con vuestra pareja, preocuparos por establecer los mecanismos de seguridad y precaución adecuados y, por supuesto (y nunca nos cansaremos de repetirlo), establecer de antemano los límites que queréis marcaros y que son infranqueables bajo cualquier circunstancia de arrebato pasional o deseo desbocado. Estar cachondo o cachonda no debe justificar cualquier acción entre dos socios si ellos no la han justificado de antemano.
Azote erótico
Las nalgadas, esos cachetes en las nalgas, es una práctica común que combina el dolor y el placer, sadismo y masoquismo. El dominante puede golpear al sumiso de muchas maneras, obligándole a adoptar muchas posturas. Sea cual sea la que se utilice (sobre las rodillas, doblado sobre un mueble, a cuatro patas, de pie…), la acción de dar un cachete en el culo siempre simboliza un cierto dominio y explotación sexual.
Al realizar las nalgadas hay que pensar que el placer sexual y la sensibilidad aumentan cuando el flujo de sangre se hace más intenso tanto hacia los glúteos como a la región genital. El cachete en el culo puede propinarse con la palma de la mano abierta o sirviéndose de algún instrumento (fusta, palmeta, etc) que nos sirva para golpear ese culo que tanto nos excita. Hasta en la cocina podemos encontrar, por sus cajones, y sin necesidad de desplazarnos a ningún sex-shop, algún instrumento que nos sirva para ello. Piensa en un cucharón de madera, en una espátula, en una espumadera, en el rodillo (quizás excesivo, ¿no?) de amasar… Todo ello puede servirte o servirle a quien está contigo. Después hay que saber utilizarlo con sabiduría. Alternar la dureza de los golpes es imprescindible. No siempre se debe golpear fuerte. Hay que alternar, crear expectativas en quien recibe la nalgada, hacer que dude sobre la potencia del próximo golpe, acariciarle también de tanto en tanto, con suavidad. Si sólo se tratara de golpear duramente una y otra vez, sólo podría hablarse de tortura o castigo. Y aquí estamos hablando de un juego. De un juego muy divertido que puede hacerte, al final del mismo, estallar de placer.