La tortura erótica
La tortura erótica implica la servidumbre de un sumiso de modo que el dominante pueda, durante un período de tiempo más o menos largo, aplicar sobre el cuerpo de ese sumiso sus técnicas de tortura más depuradas y, al mismo tiempo, eróticas. Si todo esto se combina con una gratificación retardada (“soy quien manda y no voy a dejar que te corras tan fácilmente”) y un control del orgasmo, el resultado puede ser el de un placer explosivo.
El uso de juguetes sexuales y la alternancia de cosquillas y nalgadas o azotes son también características intrínsecas de estos juegos. La cuestión primordial en los mismos es proporcionar al sumiso una catarata de sensaciones. Para conseguirlo, pueden venir que ni pintadas breves sesiones de sexo oral que vayan garantizando un in crescendo de placer que seguramente finalizará, alcanzando su estallido final, cuando se completen las relaciones sexuales que se han ido sugiriendo durante toda la sesión de tortura.
Las parejas que se dedican a este juego deben tener una palabra de seguridad o safeword para poner fin al mismo o detenerlo momentáneamente y deben, por encima de todo, mantener una buena comunicación entre ellas. La tortura erótica, pese a su nombre, no tiene semejanza más que aparente con la tortura. Está diseñada para el placer sexual de la parte sumisa y para la satisfacción erótica de la dominante. Siempre debe proporcionarse más placer que dolor.
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Posiciones de servidumbre
Acostado bocabajo, enlazado a un otomano en posición supina, atados con una cuerda a una silla, suspendido con los brazos por encima de la cabeza… Éstas que hemos nombrado son algunas de las posiciones clásicas y habituales de la servidumbre. Sin embargo, los juegos BDSM no cesan de innovar, y las parejas bien preparadas físicamente pueden adoptar posturas eróticas más radicales y exigentes. Incorporando a estas posturas una serie de elementos creados ex profeso para los juegos BDSM, las sensaciones físicas de la parte dominada y la dominante pueden multiplicarse de manera importante, ampliándose así el abanico de placeres al alcance de los jugadores y poniendo un sus manos nuevas posibilidades de experiencia.
El bondage, el arte de atar al sumiso, es una práctica clásica de la servidumbre. Hay múltiples tipos de atadura, desde la que ata tobillos y manos entre sí hasta la que ata cualquiera de las extremidades del sumiso a una barra, argolla, barrote de cama, etc. La cuerda escogida para realizar las ataduras debe ser siempre una cuerda de calidad, de un material que difícilmente cause magulladuras y que pueda atarse y desatarse con ligereza. La atadura es una forma ideal de establecer una sumisión y pocas veces falta en los juegos BDSM.
Otra de las posiciones claras de sumisión es la de colocar a la parte sumisa “a cuatro patas”, con el rostro hundido en la almohada y las nalgas al aire y elevadas. Las piernas, por su parte, pueden estar obligadas a estar separadas con una barra entre ellas. La postura se completa atando las muñecas.
Esta postura es idónea para ejecutar las nalgadas y permite a la parte dominante tener un acceso directo y completo a los glúteos de la parte dominada. Igualmente, es idónea para los juegos anales con o sin juguete (un dedo y una buena lengua pueden hacer maravillas en esa zona) y, lógicamente, para el sexo anal.
Cuando es el macho el dominante, esta postura refuerza su sensación de dominio. Dos de los agujeros deseables de la hembra quedan expuestos (el tercero, la boca, queda exenta en esta postura de ser penetrable), y eso confiere un atractivo especial a la postura. El hecho de que también resulte una postura óptima para el cunnilingus añade un plus de interés a la misma.
Posturas y ataduras
Otra posición muy buscada y practicada en la servidumbre por deudas es la de la sumisión de los brazos extendidos hacia arriba, por encima de la cabeza, a la que se atan las manos. Existe también la posibilidad de que la sumisa permanezca sentada. En este caso, puede resultar muy efectivo y excitante extender una cuerda desde los tobillos a las muñecas. De este modo, quedan limitados en sus movimientos tanto los brazos como las piernas.
Otra posición de servidumbre muy efectiva es la colocar los brazos tras la espalda y atarlos por los codos. No todas las personas sumisas son tan elásticas y flexibles como para permitir que los codos se toquen, pero hay que buscar siempre, gracias a la cuerda usada para realizar la atadura, que el movimiento permitido a los brazos sea el menor posible. También puede conseguirse la sumisión atando esas muñecas entre sí, por la espalda.
La atadura por los codos a la espalda tiene el efecto de empujar el pecho hacia adelante y hacia afuera, es decir, realza el pecho. Si la parte sumisa es femenina, su macho dominante podrá servirse a su merced de esas tetas expuestas a las que podrá acariciar, magrear, hacer cosquillas, lamer o chupar. Podrá jugar con el pezón y su areola, podrá estimularlo con gel o con alguna abrazadera. En un territorio tan sensible como es ése, todo lo que pueda ser estimulante será bien recibido.
Hay una posición de sumisión que se asemeja bastante a la que adoptan las ranas al sentarse. La parte sumisa dobla las piernas y sus muslos se aproximan a sus tobillos, a los que son unidos. Cuando las piernas están vinculadas de este modo y, a continuación, se separan los genitales quedan expuestos, lo que convierte esta postura en una postura idónea para numerosos juegos BDSM, incluidos los juegos con variaciones de temperatura o juguetes de vidrio. Al mismo tiempo, las muñecas, como en otras posturas que ya hemos visto, se pueden atar por la espalda.
Si la parte sumisa es aquí una mujer, quizás la parte dominante desee utilizar un vibrador para estimular la zona vaginal y el clítoris de la parte dominada. Se pueden centrar las vibraciones en el clítoris con la punta del vibrador mientras al mismo tiempo, se desliza un dedo en el interior de la vagina.
Si, por el contrario, es el hombre el sumiso, la mujer puede excitar al hombre de múltiples maneras. Puede “torturarlo” haciéndole una felación inconclusa, o masturbándole lentamente o utilizando una funda de pene. En cualquier caso, lo que el hombre debe sentir es que así, en esa postura, y en ese juego en concreto, está a merced de la mujer, que le dará y negará placer a su antojo, llevándolo, pues ése es el fin, a un éxtasis final en el que el orgasmo más placentero le haga rozar la felicidad.