Un kinky dentro de ti
La palabra quinqui la tenemos asociada en España al delincuente suburbial de poca monta. Admirador de el Vaquilla o el Torete (delincuentes marginales de los setenta y principios de los ochenta), seguidor de la rumba de Los Chichos o Los Chunguitos, el quinqui prototípico parece enterrado en la memoria del extrarradio de las grandes ciudades y en el celuloide de películas como Perros Callejeros o Navajeros. En los países anglosajones, sin embargo, el kinky es la persona a la que le gusta estimularse sexualmente de una manera no común y participar en algún tipo de práctica BDSM. El kinky gusta de prácticas sexuales que, para otras personas, pueden resultar inusuales, salvajes o extremas. Amigo de los látigos y las esposas, de las cuerdas y el bondage, el kinky es, fundamentalmente, alguien imaginativo que busca nuevos límites de goce sexual.
No es sencillo establecer una raya delimitadora entre lo que es kinky y lo que no lo es a la hora de hablar de las prácticas erótico-sexuales que practicamos las personas. Cada persona coloca la línea fronteriza entre lo aceptable y lo no aceptable sexualmente allá donde sus hábitos o su manera de pensar le obliga a hacerlo. Para determinadas personas, llevar un sujetador rojo o follar con la luz encendida ya es kinky. Para otras, ser kinky es ser suspendido, azotado o amordazado. ¿Una rareza? No tanto. En ocasiones ponemos demasiadas barreras a nuestros instintos y nos negamos a indagar sinceramente en ellos. Si lo hiciéramos, quizás descubriríamos cómo nos gusta sentir que nos regalan una buena sesión de sexo oral mientras permanecemos atados a la cama. En otras ocasiones, no nos aventuramos por los caminos del BDSM porque nos apoltronamos y nos acomodamos a una rutina sexual sin llegar a intuir si quiera que a nuestra pareja, posiblemente, le apetecería probar otro tipo de experiencia sexual un poco más… kinky.
Mitos sobre el BDSM
Para dar ese paso, para hacernos un poco kinkys, es necesario, ante todo, romper una serie de mitos que rodean a las prácticas BDSM y a sus practicantes. Por ejemplo: el de pensar que, si se tiene una vida sexual satisfactoria no es necesario probar algo kinky. Que se pruebe el BDSM no quiere decir que se rechace o desapruebe en el seno de la pareja toda la sexualidad compartida hasta ese momento. Esa sexualidad puede haber sido muy satisfactoria y plena, pero los gustos sexuales de las personas son variados y cambian con el tiempo. Hoy vivimos pensando en la maravilla del sexo oral; mañana, quién sabe, quizás despertemos con la imaginación llena de imágenes de sexo anal o de sexo en el agua. Así, el surgimiento del interés por el BDSM hay que tomarlo como una oportunidad de experimentación sexual y descubrimiento que la vida ofrece, nunca como una señal de advertencia de alguna avería de funcionamiento de nuestra personalidad.
Otro de los mitos a romper antes de aventurarse en la experiencia BDSM es la de concebir al sumiso o masoquista como una persona de baja autoestima. Nada más lejos de la realidad. El sumiso sabe lo que quiere sentir y, habitualmente, lo expresa de un modo que facilita la conversión en realidad de ese deseo. No importa que esté atado, que suplique perdón o castigo o que obedezca todas las órdenes de la parte dominante. Nada de eso guarda relación con una baja autoestima. De hecho, todo eso se hace, en el fondo, porque el sumiso lo pide. Porque el sumiso lo impone. Aunque esa imposición implique arrastrarse y sentir, durante la práctica del juego, algo de dolor.
Desligar mentalmente ese gusto por el dolor de la posibilidad de existencia de cualquier tipo de problema mental es otra de las tareas a las que debe enfrentarse toda persona que desee iniciarse en el BDSM. Cuando pensamos en actividades como la flagelación, los azotes o las nalgadas, pensamos en el dolor, y caemos en el error de creer que nadie disfruta o se excita con él. Hay gente que sí lo hace. Al experimentar dolor, la adrenalina se dispara y las endorfinas inundan nuestro sistema nervioso. Para algunas personas, ese chorro de adrenalina y endorfinas actúa como una inyección de energía. Pasado el impacto primero de la bofetada, a esas personas les gusta sentir cómo reacciona la carne y cómo se les acelera el pulso. Si a eso le añadimos la experiencia de la sumisión, la bofetada se convierte en una experiencia maravillosa para quien gusta de esos placeres. Después de todo, no son pocos los autores que hacen hincapié en el pequeño espacio que separa la euforia y la agonía.
Es sexo, no es perversión
Para gozar de ese pequeño y controlado dolor que forma parte de las prácticas sadomasoquistas hay que derribar el mito de que dichas prácticas son algo anormal y perverso. No debemos hacer juicios morales ni de valor sobre las personas que gusten de estas prácticas. Después de todo, no será algo tan anormal cuando hay tanta gente (y en verdad hay mucha, más de la que nos creemos) que realiza estas prácticas. Hechas entre adultos que las consienten, sin infringir ninguna ley, sin dañar a nadie, ¿qué pueden tener de malo? El BDSM, el bondage o el sadomasoquismo no son enfermedades ni son una parafilia. Son una expresión de la sexualidad, un comportamiento sexual con el que expresarse.
No pierdas demasiado el tiempo en psicoanalizarte ni en preguntarte por qué te gusta que te azoten, o te aten, o te pongan una mordaza en la boca, o te obliguen a arrodillarte ante un Ama para lamer sus botas. Limítate a disfrutar de lo que tus deseos te piden sin indagar mucho más. De hecho, hay estudios realizados por universidades holandesas que señalan que las personas que tienen relaciones BDSM tienden a ser más sanas psicológicamente que aquellas que no participan en este tipo de prácticas sexuales. Menores niveles de neurosis y mayor extraversión serían algunas de las características psicológicas de los practicantes del BDSM según estos estudios.
En relación a este tipo de prácticas sólo hay que plantearse que el problema puede aparecer si es sólo a través de ellas como se puede gozar de la sexualidad, es decir, si la vida sexual acaba orientándose única y exclusivamente hacia la práctica sadomasoquista, no pudiendo mantenerse relaciones sexuales satisfactorias sin incurrir en ellas. Si eso sucede, si el sadomasoquismo es la única vía para conseguir el orgasmo, entonces sí podemos hablar de un problema que debería tratar algún especialista.
También hay quien asegura que la persona que disfruta con estas prácticas lo hace porque, de pequeña, sufrió abusos sexuales. Esa idea se ha reforzado últimamente a partir del personaje de Christian Grey, protagonista de la famosa trilogía literaria. En dicha trilogía se da a entender que el gusto de Grey por las prácticas BDSM derivan directamente de su currículum de maltratos infantiles. Esa asociación crea una imagen errónea del BDSM. Lo más habitual, cuando hablamos de practicantes del sadomasoquismo, es que haya personas que no puedan realizar ciertas prácticas porque éstas las retrotraiga a algún trauma de su pasado. Por eso hay que destacar que hay una gran diferencia entre repetir intencionalmente un abuso cometido en el pasado y elaborar un escenario erótico con el fin de experimentar un estado de catarsis y placer. Lo ideal es lo segundo. De eso, precisamente, de elaborar un escenario erótico en el que disfrutar sexualmente del desarrollo de una escena guionada, es de lo que trata el BDSM. Él te espera. Si rompes los mitos que se asocian a él, quizás puedas disfrutar de una experiencia maravillosa que te haga gozar de lo lindo.