Retorno de un clásico
De vez en cuando vuelve y, cuando lo hace, su retorno siempre tiene un algo de acontecimiento. Los medios de comunicación se hacen eco de ello y no falta quien aproveche la ocasión para desempolvar viejos sentimientos. Curiosa reacción, sin duda, máxime cuando uno tiende a pensar que los clásicos como él no pueden volver porque, de hecho, nunca acabaron de irse del todo. Pero las cosas pasan como pasan y no hay vuelta de hoja. Llegado el momento del retorno de uno de esos clásicos, todos volvemos a sentirnos un poco arrebatados por esa extraña sensación de redescubrir lo que, de tanto estar ahí, al alcance de la mano, llegamos a ignorar.
En este caso, el retorno es el de uno de los grandes clásicos de la literatura erótica de todos los tiempos. Justine o las desgracias de la virtud es, sin duda, uno de los títulos más importantes de uno de esos escritores que hace ya tiempo alcanzaron la condición de mito: Donatien Alphonse François de Sade o, dicho de una manera menos pomposa y mucho más popular, el Marqués de Sade.
Que ésta es una de las obras más revolucionarias de la literatura y el pensamiento es algo que suele repetirse como un mantra cuando se habla de Justine. Basta leer tres o cuatro páginas de esta novela para comprobar cómo ese mantra se convierte en absoluta y rotunda verdad. Todo amante de la literatura erótica debe tener esta maravilla en un estante de su biblioteca. Son muchas las ediciones que, a lo largo de la historia y desde que por vez primera se editara en 1787 (dos años antes de que se produjera la Revolución Francesa), se han hecho de Justine. Ahora, la editorial Navona vuelve a editar este clásico del Marqués de Sade con una nueva traducción y unas interesantísimas notas de José Ramón Monreal.
Incluyéndola en su colección Los Ineludibles, la editorial catalana ofrece a todos los amantes de lo erótico en general y del BDSM o el sadomasoquismo en particular la oportunidad de disfrutar de una cuidada edición de uno de esos libros que, tal y como señala el nombre de la colección en que ha sido editado, debe ser de lectura ineludible.
¿Para qué la virtud?
Justine no sólo es un tratado de prácticas sadomasoquistas. Justine no es sólo un catálogo de perversiones. Justine es, también, el grito ateo de alguien que dejó escrito que la idea de Dios era el único error por el que él no podía perdonar a la humanidad. Dicho planteamiento, que incluso ahora puede sonar escandaloso y provocativo, era sin duda extraordinariamente revolucionario en aquellos finales del siglo XVIII en los que el mundo avanzaba a la carrera hacia un horizonte en el que el laicismo y el ateísmo combativo iban a ser valorados de una manera muy distinta a como lo habían sido durante los años del imperio censor de la Santa Inquisición.
Justine es una continua provocación. En cada escena se puede encontrar una aberración o, cuanto menos, una práctica de innegables connotaciones S/M. En cada párrafo meditativo (y las obras de Sade están llenas de ellos), un implacable listado de argumentos en los que, incluso, llega a justificarse el asesinato.
Quien por vez primera se acerque a la lectura de Justine o las desgracias de la virtud, ¿qué puede encontrar en ella? Básicamente, el largo listado de vejaciones a la que se ve sometida la virtuosa Justine, que intenta, al igual que su hermana Juliette, ganarse la vida tras la prematura muerte de sus padres. Sade se sirve de las dos hermanas para simbolizar dos actitudes ante esa necesidad de ganarse la vida. Mientras Juliette opta por el ejercicio de la prostitución, Justine opta por llevar una vida virtuosa. Sade, alejado de cualquier tipo de moralismo (o, mejor dicho, convertido en un moralista muy sui géneris), hace de la vida de Justine un sinfín de calamidades. Violada una y otra vez y vejada hasta lo inhumano, Justine se convierte en el símbolo de hasta qué punto la Virtud puede ser víctima de todos sus sacrificios en un mundo en el que el Vicio es el gran triunfador y quien guía los pasos de la mayor parte de los personajes que, paseándose por las páginas de Justine o las desgracias de la virtud, salen incólumes de todas sus tropelías.
Si no tienes Justine o las desgracias de la virtud en tus estanterías ahora no tienes excusa. Sumergirse en la prosa del Marqués de Sade, dejarse asaetear por la crudeza de las escenas por él descritas y enfrentarse al reto de polemizar o, por el contrario, ovacionar sus argumentos puede ser una excelente manera de aprovechar ese tiempo que, en verano, siempre hay disponible para dedicar a la lectura.