La naturalidad del fetichismo
Somos lo que soñamos. O soñamos según somos. No importa cómo lo digamos. Lo cierto es que nuestros sueños son fruto de nuestra personalidad. Las fantasías nos retratan y dan cuenta de cómo somos. También el fetichismo. Que todos seamos fetichistas en mayor o menor grado tal y como afirman psicólogos como Alfred Binet o psiquiatras como Krafft-Ebing no hace sino demostrar que el fetichismo, lejos de ser una extravagancia o una extrañeza, es algo natural. Todos tenemos nuestras filias sexuales. Todos tenemos nuestros gustos. Y esos gustos, repetimos, nos retratan. La personalidad de quien siente una especial fijación por los pies es diferente a la de quien ve en los azotes un afrodisíaco especial que sirve para añadir deseo y pasión a los encuentros sexuales.
Vamos a ver a qué tipo de personalidad se asocian diversos fetichismos.
Pies
El fetichismo de los pies es uno de los fetichismos más comunes. Hay quien sostiene que esto es así porque las zonas cerebrales relacionadas con los pies son zonas muy cercanas a aquéllas que están conectadas con los genitales. Vilanayar Ramachandran, director del Centro para el Cerebro y la Cognición de la Universidad de California sostiene que muchas personas “normales” tienen ciertas conexiones del cerebro “cruzadas”. Esto explicaría el que muchas personas se exciten al tocar o lamer, por ejemplo, los dedos de los pies.
La cercanía de esas zonas cerebrales daría a este fetichismo un marcado carácter de normalidad. Así, las personas fetichistas de los pies no tendrían características de personalidad especialmente distinguidas.
Algunos de los fetichistas de los pies acaban experimentando un proceso que les lleva a proyectar su deseo no ya sobre los pies sino sobre las prendas que los recubren. Así, medias y zapatos se convierten en fetiches y objetos como el tacón adquieren un protagonismo especial para los fetichistas de los pies.
Relaciones en lugares públicos
Podemos pensar que nada mejor que la privacidad y el silencio de una habitación para disfrutar del sexo, pero no hay que obviar que hay mucha gente a la que le excita especialmente la posibilidad de practicar sexo en lugares públicos. Un parque, el coche, un baño público, la playa… cualquier lugar en el que no sea descabellado el ser descubierto.
No hace falta decir que en quienes escogen esta forma pública de disfrutar del sexo anida un cierto germen de exhibicionismo. Pero, por sorprendente que resulte, también entre las personas con costumbres habitualmente rutinarias existe una cierta tendencia a mantener relaciones en lugares públicos. Al practicar sexo en dichos lugares, las personas rutinarias inyectan en sus vidas un algo de aventura, un algo de improvisación que sirve de contrapeso para lo que podría parecer una vida demasiado previsible y casi aburrida.
Azotes
Que nadie crea que los azotes sólo tienen cabida en las relaciones BDSM. También las parejas “vainillas” suelen introducir los azotes entre sus prácticas sexuales. Dándolos o recibiéndolos, hombres y mujeres disfrutan de ellos y los utilizan para incrementar la excitación sexual experimentada durante el mantenimiento de las relaciones eróticas.
Quienes optan por esta práctica sexual no lo hacen tanto por poseer una personalidad marcadamente sumisa (en el caso de disfrutar recibiéndolos) o, por el contrario, dominante (en el caso de gozar propinándolos), como por gozar de una reacción que se sustenta sobre razones eminentemente hormonales: los azotes hacen aumentar los niveles de endorfinas y éstas, excitantes, hacen aumentar el placer y la sensación de bienestar. No hace falta, pues, poseer una personalidad especial para gozar de los azotes ni para convertirlos en una práctica fetiche dentro de nuestras relaciones sexuales.
Partes del cuerpo
¿Por qué hay personas que hacen de los pechos, las nalgas, la boca o cualquier otra parte del cuerpo humano su fetiche? Algunos psicólogos han explicado este tipo de fetichismo partiendo de la figura literaria de la sinécdoque. La sinécdoque es una figura retórica consistente en usar la parte para nombrar el todo o viceversa. Así, los fetichistas de este tipo utilizarían una parte concreta del cuerpo para simbolizar al hombre o a la mujer por entero. Si esa parte cumple con las expectativas del fetichista, éste experimentará la excitación sexual. Si no es así, la excitación no tendrá lugar.
Lencería
El sexo no sería lo mismo sin la lencería. La lencería aporta elegancia, sensualidad y erotismo al acto sexual. No es lo mismo quitar unas prendas de fina lencería que cualquier otro tipo de prendas de ropa interior. Hay prendas de lencería que nos encienden y prendas de ropa interior que, de alguna manera, nos llevan a echar el freno, nos enfrían. Los fetichistas de la lencería llevan al extremo esta tendencia natural a valorar lo seductor y sensual sobre lo que no lo es.
Al incorporar a sus fantasías eróticas picardías, ligueros, corsés y otras piezas de lencería y colocarlas en el eje central sobre el que giran las mismas, los fetichistas de la lencería no hacen sino anticipar, en cierta medida, todo lo que va a suceder cuando esas prendas queden al pie de la cama y los cuerpos se muestren y se entreguen, el uno al otro, desnudos. Al anticipar la experiencia sexual las prendas de lencería se convierten, de alguna manera, en algo así como unos preliminares visuales, algo que, en el caso del hombre, actúa como un estimulante especial. Y es que, no hay que olvidarlo, lo visual en el sexo tiene para el hombre una importancia capital.
Los fetichistas de la lencería se caracterizan por tener una rica sexualidad. En ella, el tacto y la apariencia visual son muy importantes. Esa importancia que el fetichista de la lencería da al sentido del acto hace que el tipo de tejido de la lencería adquiera, para él, una relevancia especial.