El amor a los árboles
¿Quién no ha pensado alguna vez en las utilidades sexuales de un pepino? Quien más quien menos puede imaginar que el utilizar un calabacín a modo de dildo no sería en modo alguno motivo suficiente para ser premiado por la originalidad erótica. Nuestro imaginario pornográfico ha dado a la zanahoria utilidades mucho más divertidas que la de servir de acompañamiento en un plato o la de dar color y sabor a una ensalada.
Por otro lado, la imagen que la cinematografía y, en cierto modo, la literatura, nos han dado de lo que eran las bacanales romanas es una imagen que, de manera más o menos indisoluble, va atada al uso de un escenario en el que frutas como las cerezas, las fresas o las uvas tienen una presencia más o menos marcada. Sin duda, la presencia de estos vegetales en un acto de marcado carácter erótico como son las bacanales debía dar a éstas un toque exótico que a buen seguro debía servir para dar un toque más afrodisíaco y libidinoso a aquel derroche de lujuria.
¿Hay que buscar ahí la raíz primera de la dendrofilia entendiendo a ésta como el fetichismo que convierte a árboles y plantas en elementos despertadores de la atracción sexual y, en algunos casos, como objetos sexuales? Probablemente.
Si preguntas a un dendrófilo sobre el origen de su fetichismo te hablará probablemente de cómo en el origen de su dendrofilia hay una experiencia de sexo disfrutado al máximo al aire libre y en contacto directo con un entorno natural y salvaje en el que la vegetación tiene un protagonismo especial. El dendrófilo auténtico, aunque puede sentirse excitado al contemplar una lechuga en el verdulero del frigorífico o una brizna de hierba enganchada a una falda, un espárrago triguero servido en un plato o un geranio adornando una ventana, encuentra su fetiche más potente y efectivo en la figura del árbol. El ciprés, el enebro, el pino o la encina son, entre otros muchos, los oscuros objetos del deseo de todo aquél que milita en las filas de la dendrofilia.
Etimológicamente, dendrofilia viene a significar “amor hacia los árboles”. Y eso es lo que siente el dendrófilo hacia los árboles y sus huecos y protuberancias: amor. Por eso el dendrófilo busca siempre mantener con ellos el contacto más directo y erótico posible. Un caso extremo de ese contacto máximo con el mundo vegetal es el que sirve, simbólicamente, para dar sentido al siguiente video musical del grupo belga Hooverphonic.
Aunque a estas alturas del partido ya no deberíamos sorprendernos de nada que tenga que ver con los gustos y las aficiones sexuales de las personas, todavía hay quien puede sentirse impactado o inquieto al contemplar las reacciones de un dendrófilo ante una acacia, un cerezo, una secuoya o un olmo. No debería hacerlo. Después de todo, nuestra sociedad, en el fondo, en el fondo, es un poco dendrófila. Basta con comprobar el uso que se da a las flores. ¿Quién niega el carácter sensual de los pétalos? ¿Quién rechaza el erotismo que emana de su fragancia? Si indagáramos un poco, seguro que encontraríamos muchas personas que, en mayor o menor medida, gustarían de estar rodeadas de un buen puñado de rosas, jazmines u otras flores más o menos fragantes a la hora de hacer el amor. ¿Por qué si no la industria perfumista persigue la creación de fragancias que “despierten el deseo” de aquél (o aquélla) que las olfatea? Una buena fragancia puede, sin duda, ser un excelente afrodisíaco. Frotarse con tulipanes, un gran placer para todo aquél que se considere un dendrófilo de pro.
Amor a la madera
Cercanas a la dendrofilia se encuentran también aquellas personas que, de una forma u otra, sienten cómo su deseo se despierta en presencia o en contacto con la madera. Un sinfonier de caoba o un suelo enparquetado puede volver loco a deseo a quienes poseen esta forma especial de dendrofilia. Muchos amantes del BDSM encuentran en los instrumentos de madera (el potro, la pala, la vara…) un estímulo especial para disfrutar más y mejor de sus juegos.
Quien posee esta forma de dendrofilia puede gozar frotándose con un mueble o refregando sus partes íntimas con una puerta. Como siempre que se toca algo de madera, el dendrófilo que quiera servirse de cualquier pieza de este material para gozar de su sexualidad deberá contar con que la superficie de madera esté perfectamente pulida y no posea ninguna astilla. Clavarse una astilla nunca es una experiencia que pueda considerarse agradable, pero clavársela en según qué zonas de nuestra anatomía puede resultar muy pero que muy doloroso.