Por fin. El BDSM ha llegado a la televisión. Lo que durante tanto y tanto tiempo fue tabú empieza a normalizarse ante la mirada de una sociedad que, de una manera bastante hipócrita, se ha mostrado históricamente bastante pacata ante prácticas que tengan que ver con la atadura erótica, la sumisión, el fetichismo o, incluso, el uso de juguetes sexuales en las relaciones erótica. A ello ha ayudado, sin duda, el fenómeno literario-cinematográfico capitaneado y simbolizado por la pareja formada por Christian Grey y Anastasia Steel, los protagonistas de la famosa trilogía Cincuenta sombras, ampliada después a una tetralogía con Grey por E.L. James, la autora británica de cuya imaginación nació la saga.
A E.L. James se la ha acusado, desde los ambientes BDSM, de escribir una serie de novelas que, más que retratar lo que es verdaderamente el universo BDSM, las prácticas que forman parte de él y el tipo de relación que mantienen entre sí quienes pertenecen a dicho universo, lo que hacen es mostrar una relación de explotación sentimental por parte de un hombre sobre una mujer. Para muchos lectores y lectoras provenientes del universo BDSM, Cincuenta sombras no es una historia BDSM, sino una historia de abusos.
Sea como sea, tengan razón los críticos o no, lo cierto es que el fenómeno Cincuenta sombras ha servido, y eso hay que agradecérselo, para sacar al BDSM del armario de lo innombrable y para colocarlo en el centro de muchas conversaciones. Eso, en un principio, siempre es positivo. Como es positivo que, al fin, alguien del universo televisivo decida hacer una serie en la que el BDSM está constantemente presente y forma parte indisoluble de lo que en ella se narra.
Eso es lo que ha hecho, precisamente, la plataforma de entretenimiento Netflix al realizar la serie Bonding. Esta serie BDSM, que se estrenó el pasado 24 de abril, y que consta de 7 capítulos cuya duración oscila entre los 15 y los 17 minutos, puede verse en menos de 3 horas. En ella se muestran fetichismos varios, así como parafilias que, sin duda, sirven para sacar al espectador de lo que se acostumbra a llamar “zona de confort” y para hacerle pensar sobre lo múltiple y variada que puede ser para el ser humano la forma de vivir su sexualidad.
La dominatrix y su asistente
Bonding cuenta la historia común de Tiff y Pete. Quienes fueron íntimos amigos en el instituto vuelven a encontrarse en Nueva York años después. Ella, Tiff (papel interpretado por Zoe Levin), es una joven dominatrix; él, Pete (papel interpretado por Brendan Scannell), un homosexual al que Tiff decide convertir en su asistente. Una vez, en el pasado, llegaron a tener sexo. Ninguno de los dos guarda un grato recuerdo de ello. Y es que, sin duda, aquel encuentro sexual no fue, lo que se dice, demasiado gratificante para ninguno de los dos. Ahora, en el presente, en ese Nueva York en que se ambienta Bonding, una y otro, Tiff y Pete, procuran irse desprendiendo, capítulo a capítulo, de todas sus inseguridades y todos sus traumas. Hasta qué punto les ayuda a ello el BDSM es algo que sólo puede comprenderse contemplando la serie.
Bonding no nace (al menos no enteramente) de la imaginación de un guionista. En Bonding hay muchos materiales temáticos o argumentales extraídos de la vida real. No en vano, el director de la serie, Rightor Doyle, trabajó como ayudante de una amiga dominatrix siendo adolescente. En las ruedas de prensa de presentación de Bonding, Rightor Doyle explicó que aquella experiencia vivida en el interior del universo BDSM le sirvió para liberarse de todos aquellos complejos sexuales que, de un modo u otro, le hacían sufrir.
Doyle ha explicado también en más de una ocasión que al realizar Bonding ha tenido siempre presente el movimiento #MeToo. Gracias a él, afirma el realizador de esta serie BDSM, pudo revaluar sus vivencias, darles un nuevo aire y enriquecerlas para presentarlas en la serie como, en palabras textuales suyas, “alegorías sobre el poder, los secretos y el consentimiento”. En ese sentido, sostiene Doyle al valorar su propia serie, Bonding sirve para “diseccionar las diversas maneras en las que [a lo largo de la historia] el patriarcado ha ejercido un dominio completo de la sexualidad”.
Una serie de humor negro
Un objetivo de este tipo podría hacer pensar en una serie sesuda y matizadamente humorística sobre el BDSM. Nada más lejos de la realidad. Bonding es divertida. Es una obra para reír, amena y un punto ácida, un excelente instrumento para normalizar lo “kink”, las sexualidades no convencionales y las más variadas prácticas BDSM.
¿Qué se puede contemplar en Bonding? Desde un hombre que acude vestido de pingüino a la sala en la que Tiff actúa de dominatrix para, una vez allí, mantener relaciones sexuales con otra persona vestida de pingüino, hasta la masturbación de un cliente de la sala que alcanza el éxtasis al ser insultado, a causa de su micropene, por Pete. En algunas ocasiones, las escenas de Bonding recuerdan a algunas escenas propias de la cinematografía del director español Pedro Almodóvar. No en vano, Rightor Doyle ha reconocido en sus entrevistas tanto su admiración por el director manchego como el hecho de haberlo “homenajeado” en diversas escenas de su serie.
En Bonding se puede contemplar una presentación tremendamente humorística de lo que es esa sexualidad aparentemente “perversa” que caracteriza a las prácticas BDSM, pero esa presentación no oculta en modo alguno una decidida apuesta por el respeto y la tolerancia y, sobre todo, por la normalización de una forma de vivir el sexo que es más común de lo que en un principio podría parecer.
El intento de Rightor Doyle al crear esta serie sobre el BDSM ha chocado, sin embargo, con la crítica de muchas dominatrix. Para ellas, lejos de normalizar las prácticas BDSM, Bonding ridiculiza su trabajo. Para las dominatrix, la serie de Doyle perpetúa el estereotipo basado en la idea de concebir la dedicación profesional al sexo como fruto de un trauma. Una vez más, el intento de mostrar el universo BDSM al público profano no acaba de gozar del aplauso de quienes forman parte del mismo.