Máquinas sexuales
Harán el amor y, al acabar, ella le dirá: “debo reconocerlo, eres una máquina sexual”. Él, entonces, iluminará la habitación con una sonrisa que tendrá un algo de mecánico, un brillo como de aluminio o de acero inoxidable. No podrá ser otro tipo de sonrisa. Después de todo, poco más que el brillo puede exigirse a la sonrisa de un robot.
Así, más o menos, se desarrollará dentro de unas tres décadas el encuentro sexual entre una mujer cualquiera y un robot especialmente diseñado para conceder a aquélla el máximo placer sexual. O al revés. Quizás el ser humano que participe en el tórrido encuentro sea de género masculino y el androide que participe en el mismo lucirá todos los encantos físicos propios del género femenino.
¿Ciencia ficción? No para David Levy, autor del libro Amor y sexo con robots. Levy, experto en inteligencia artificial, pronostica que hacia el 2050 serán habituales las relaciones sexuales entre seres humanos y robots. Éstos estarán diseñados para satisfacer las necesidades sexuales de aquel ser humano que haya decidido hacerse con los servicios de uno de esos robots del amor.
Pero las expectativas de Levy respecto al futuro van mucho más allá de la simple prestación de servicios sexuales por parte de esos robots. En cierto modo, dichos robots serán máquinas de compañía que podrán, en cierta medida, establecer vínculos emocionales. ¿Hasta qué punto? Hasta el de posibilitar que algunas personas puedan, incluso, llegar a enamorarse de alguno de esos robots. La robofilia, pues, está llamando a la puerta.
Enamorarse de un robot
Después de todo, los seres humanos podemos transferir emociones hacia cualquier cosa. Jordi Vallverdú, especialista en Filosofía de la Ciencia y la Computación, lo destacaba en un artículo publicado por Mayte Rius en La Vanguardia. En dicho artículo Vallverdú destaca cómo nuestra memoria emocional concede, por ejemplo, un espacio reservado y especial dentro de ella a nuestro primer coche. Con dicha opinión, Vallverdú ratificaba lo que apuntaban otros especialistas (Ricard Solé, físico, biólogo e investigador, o Antonio López Peláez, especialista en la interrelación entre tecnologías y trabajo social) sobre la capacidad que tiene el ser humano para transferir sus emociones hacia mascotas u objetos. Si ese objeto tiene forma antropomórfica y, además, permite que te comuniques con él y que compartas memoria e información, entonces dicha transferencia emocional puede adquirir la intensidad del enamoramiento.
Ya hay películas que han intentado tratar un tema cercano a esto. Entre ellas tenemos el ejemplo de Her (Ella). En esta película, dirigida por Spike Jonze y protagonizada por Joaquim Phoenix, se cuenta la historia de Theodore Twombly (papel interpretado por Phoenix), un usuario informático que se enamora de la asistente virtual de su computadora.
Que la robofilia pueda convertirse en apenas unas décadas en una especie de moda o algo así como una especie de nueva tendencia o identidad sexual no parece, pues, algo tan descabellado. El robot sexual está llamado a ocupar el lugar que nunca llegó a ocupar la muñeca hinchable. Los materiales de realización de unas y otros tienen mucho que ver en el previsible y desigual éxito de unas y otros a la hora de conquistar los favores de su usuario. Después de todo, no es lo mismo el plástico que la piel sintética de silicona ni es lo mismo el mudo estatismo de la muñeca hinchable que la combinación de complejos programas informáticos y sensores simuladores de emociones que, integrados en un robot emocionalmente inteligente, permitirá a éste crear empatía y proporcionar placer.
Debate ético sobre la robofilia
La robofilia, pues, en mayor o menor grado, llegará. Y su llegada plantea ya interrogantes éticos. Por ejemplo: ¿cuál será el nivel de intimidad que se generará entre personas y máquinas? O: ¿qué relación guardarán practicar sexo con un robot sexual y el concepto de infidelidad a la pareja? O: ¿de qué manera quedará condicionada la sexualidad de un adolescente que se inicie en la práctica sexual junto a uno de estos robots sexuales? O: ¿se propiciarán desviaciones sexuales y violaciones a partir del uso de los robots sexuales? O: ¿se podrán realizar robots sexuales con forma de niños?, ¿será legal esa extraña forma de pedofilia?
Las respuestas a estas preguntas son múltiples. Hay quien habla de que el triunfo de la robofilia sólo servirá para deshumanizar a quienes sufren abusos (mujeres y niños). Hay quien rechaza incluso que pueda denominarse relación sexual a ese intercambio entre seres humanos y robots. Hay quien defiende que no se ponga en cuestión la relación que una persona quiera establecer con un robot. La sexualidad robotizada, opinan algunos, no tiene por qué ser ilegal ni inmoral. Estos últimos sólo ponen un límite a esa absoluta libertad que debería presidir la relación del robófilo con su robot: que se ponga especial cuidado en salvaguardar a las personas que tengan la capacidad de decisión mermada y a los niños. También deberían controlarse férreamente aquellos casos en los que se alentara la pedofilia.
En cualquier caso, y sea como sea, lo cierto es que la robofilia no es algo que pueda inscribirse ya dentro de los parámetros de la ciencia ficción. La interacción entre personas y robots será cada vez mayor y esa interacción, ¿por qué no?, podrá llegar hasta las íntimas esferas de lo sexual. Como hemos visto, David Levy augura que esa interacción sexual se producirá hacia el año 2050. Otros expertos dicen que no, que de ninguna manera la robofilia será una realidad en esa fecha. Estos expertos, sin embargo, no ponen un plazo mucho más lejano para que esa interacción sexual entre el hombre y el robot tenga lugar. Hablan del 2060. Como quien dice, a la vuelta de la esquina. Quizás nuestros nietos vengan a visitarnos alguna vez acompañados de su robot sexual. Quizás hasta pensemos que esa pareja sí que les conviene.