Cambios de los cánones de belleza
Cada época tiene sus propios cánones estéticos. Basta asomarse a la historia del arte para contemplar cuáles son los cánones de belleza de cada tiempo. Una mujer pintada en una cámara mortuoria del antiguo Egipto, una escultura griega, la Venus de Botticelli, las Gracias de Rubbens, cualquiera de las mujeres dibujadas y caricaturizadas por Charles Gibson o las páginas de publicidad de las revistas han servido a lo largo de los siglos y nos sirven ahora para hacerse una idea de cuáles han sido los diferentes cánones de belleza que sobre la mujer se han tenido a lo largo de la historia.
No hace demasiado que circuló un video por internet en el que se mostraba de una manera muy sugerente cuáles eran los diferentes cánones de belleza femenina en diferentes tiempos históricos. Aquí te dejamos ese vídeo para que te recrees contemplándolo.
Fetiches de hoy
Al igual que cada nuevo tiempo y cada cultura posee sus propios cánones de belleza, cada época y cada rincón del planeta posee sus propios fetichismos. Quien más quien menos conoce, por ejemplo, el alto valor fetichista de los dedos de los pies femeninos en la cultura japonesa. Chupar un dedo de los pies es contemplado por los japoneses como una acción intensamente erótica.
Si tuviéramos que buscar fetichismos propios de nuestro tiempo o, cuanto menos, detalles que hacen que una mujer pueda volverse irresistible para un buen número de coetáneos, ¿qué elementos y tipos de ropaje seleccionaríamos?
Quizás podríamos buscar ese contraste que ofrecen un vestido y unas botas militares, o unos calcetines de lana altos, hasta el muslo, combinado con una minifalda y unas zapatillas casual.
Los leggings podrían figurar, también, entre unos de los complementos de connotaciones más fetichistas que las mujeres pueden vestir en la actualidad. Más o menos deportivos, más o menos orientados a la práctica del yoga o del finning, más o menos lisos o estampados, los leggings, por su capacidad para marcar la figura de la mujer y la belleza de sus piernas, ocupan hoy en día un lugar destacado en la lista de preferencias de muchos fetichistas.
Otro de los complementos o elementos que hoy sirven para despertar la imaginación sexual de muchos fetichistas son los tatuajes. El tatuaje ya no delata al carcelario ni al marinero. Hoy, el tatuaje puede adornar el muslo o el brazo de una modelo, de una actriz, de una ejecutiva o de una profesora universitaria. El tatuaje puede ser un faro que guíe nuestro deseo en la maravilla del desnudo cuerpo femenino.
En el mismo grupo que el fetichismo de los tatuajes podríamos incluir un fetichismo que, pese a haber perdido algo de fuerza en los últimos tiempos, aún ejerce su influencia sobre un número no pequeño de fetichistas. Ese fetichismo del que hablamos es el fetichismo del piercing. Hay hombres a los que les excita contemplar un piercing adornando el cuerpo femenino. En el septo nasal, en un pezón, en el ombligo, en la ceja, en la vulva… El piercing en el cuerpo de la mujer parece decirnos “ésta que me lleva es una chica guerrera, una leona, una mujer que no se va a dejar vencer fácilmente y que, una vez que lo desee, se va a entregar al sexo con todas las consecuencias”.
Uno de los fetichismos actuales más populares, y al que ya dedicamos un post en su momento, es lo que se conoce como cosplay, es decir, ese fetichismo en el que las superheroínas protagonistas de los comics y de su versión cinematográfica se convierten en irresistible objeto del deseo del fetichista de turno. El cosplay, nacido a mediados de los 70 en Japón, no es en esencia (y al igual que sucede con los casos anteriores) un fetichismo, pero sí puede (también como cualquiera de los ejemplos anteriores) adquirir connotaciones fetichistas cuando una persona lo convierte en tal. No todas las personas que acuden a un festival cosplay son fetichistas, pero en estos festivales sí pueden encontrarse a muchas personas para quienes el cosplay tiene un matiz erótico-fetichista muy íntimo.
¿Atracción o fetichismo
Como acostumbramos a decir, el límite entre el fetichismo y la simple atracción que puede producir una determinada parte del cuerpo, un objeto o un tipo de prenda no siempre está clara. El ejemplo que se suele poner al hablar de este tema acostumbra a ser el de los pechos femeninos. A todos los hombres les suele llamar la atención los pechos femeninos. Todos los hombres heterosexuales (o prácticamente todos) se sienten atraídos sexualmente por los pechos femeninos. ¿Quiere esto decir que todos los hombres son fetichistas del pecho? No.
Lo mismo que sucede con el pecho sucede con el cosplay, los tatuajes, los piercings, los leggings, las botas militares o los calcetines hasta medio muslo. No importa que ninguno de estos complementos u objetos naciera con específicas pretensiones fetichistas porque es el fetichismo quién les elige a ellos y no al revés. El fetichista se apropia de un objeto determinado y lo convierte en el centro de su religión personal sin saber muy bien por qué y respondiendo única y exclusivamente a la llamada de una pulsión interior. En otros tiempos, esa pulsión llevaba a elevar a los altares del deseo a objetos tan dispares como un zapato de tacón, un corsé o un vestido de colegiala. Esos fetiches no han desaparecido. De hecho, los hombres que se declaran fetichistas de algunos de esos objetos o de circunstancias e imágenes relacionadas con ellos siguen siendo legión. Por eso esos fetiches siguen ahí, compartiendo protagonismo con los nuevos fetiches que van surgiendo como los viejos comparten con los niños los caminos del parque. Después de todo, el baúl del fetichismo no tiene fondo. En él cabe todo lo inimaginable. Y algo más.