Un juego de dominio y sumisión
Hay un fetichismo muy asociado a las prácticas BDSM y que tiene muchos puntos en contacto con los juegos de dominio y sumisión más intensos. Ese fetichismo es el fetichismo de los muebles humanos o fornifilia. Para el fetichista fornifílico, nada más excitante que ver convertida a su pareja de juegos eróticos en un mueble. Este mueble, qué duda cabe, es un mueble que puede resultar especialmente funcional: lo mismo puede servir para sostener una bebida como para ser penetrado por el fetichista excitado.
La fornifilia, por lo que tiene de cosificación sexual y por lo que supone de dominación erótica de la pareja, es un fetichismo impregnado de connotaciones BDSM y bondage. Las personas sumisas (por regla general, mujeres) quedan amarradas por cuerdas y otros tipos de dispositivos para acabar convertidas en sillas, cuadros, lámparas, sofás, mesas, reposapiés, etc. Algunas de estas personas, las más proclives a la escatología, pueden acabar convertidas en inodoros. Si la parte dominante y la parte sumisa gustan de la práctica de la lluvia dorada, ésta última es una opción nada desdeñable para asegurarse un buen tiempo de excitación y placer.
Una vez convertidas en muebles, la única función de las personas sumisas es convertir los espacios en los que se mueve el amo en lugares más agradables, bellos y, por supuesto, funcionales. Si la persona sumisa es una silla, ¿qué mayor funcionalidad que la de permitir que la parte dominante se siente cómodamente sobre ella? Si es un reposapiés, ¿qué mejor que dejar que el amo haga descansar sus pies sobre ese cuerpo humano convertido en mueble? Como en todos los juegos de dominio y sumisión, el placer derivado de este fetichismo se fundamenta en dos excitaciones contrapuestas y complementarias. Una de ellas es la de la persona dominante, que disfruta al tener a su disposición un mueble tan bello y sugerente. La otra es la de la persona sumisa, que disfruta al sentirse humillada o ignorada por su amo.
Ropas para el mueble humano
El sentimiento de cosificación de la persona sumisa puede verse reforzado gracias al uso de determinado tipo de ropajes. El látex, el cuero, el vinilo o la licra pueden ser materiales muy idóneos para deshumanizar visualmente a la persona convertida en mueble. Estos materiales, a la vez que para proyectar una impactante y sensual imagen, deben servir para colaborar en la inmovilización de la persona sumisa. Después de todo, el fundamento de esta práctica radica en la inmovilización de la persona convertida en mueble. Sin inmovilidad por su parte no puede existir esa sensación de objeto inanimado que siempre y en todo momento debe transmitirse para que el fetiche funcione. Esa inmovilidad, por otro lado, es fundamental para conseguir que el mueble sea verdaderamente funcional. Y la funcionalidad de un mueble se mide, por ejemplo, valorando su capacidad para soportar sobre ellos aquello que el amo deja. ¿Cómo colocar, por ejemplo, una copa de exquisito oporto sobre un mueble que tiembla? ¿No resultaría demasiado arriesgado? ¿No sería imperdonable el derramar tan preciado líquido como la copa contiene sólo porque la mesa cojea?
Para adoptar las posturas que permiten la conversión de la mujer o la persona sumisa en este tipo de objetos es necesaria una flexibilidad y una resistencia física especial. No cualquier persona sirve para ello. La intensidad propia de esta práctica lo impide. Por eso las prácticas derivadas de la fornifilia no son aptas para personas poco iniciadas en los juegos de esclavitud y servidumbre. La permanencia mayor o menor de la persona sumisa en la postura que le haga aparentar ser el mueble escogido dependerá de la preparación física de dicha persona y de su experiencia. En cualquier caso, y antes de iniciarse la práctica fornifílica, debe quedar bien claro, como en cualquier juego BDSM, cuál es el safeword o palabra de seguridad que, a disposición de la parte sumisa, pueda ser empleada para poner fin a la práctica.