Sexo y discapacidad

La sexualidad de las personas con discapacidad es y ha sido desde siempre un tema tabú. Ese tabú se acrecienta cuando dicha sexualidad se escapa de lo “vainilla” para aventurarse por el universo de las sexualidades alternativas o por el mundo del BDSM. Más allá de los tabúes, lo cierto es que las personas con discapacidad no son personas asexuadas. Las personas con discapacidad, al igual que aquéllas que no padecen discapacidad alguna, son seres sexuales, y como seres sexuales que son tienen sus propias preferencias, sus propios gustos, sus propios deseos y, también, sus propios fetiches.

Esto, lógicamente, no debería sorprendernos. Después de todo, la discapacidad no es algo que defina a la persona. La discapacidad, seguramente, condiciona a la persona, pero no es “lo que la persona es”. ¿Por qué una persona que necesite de una silla de ruedas para poder desplazarse no puede ser transexual? Al fin y al cabo, la discapacidad sólo es, tal y como la define la Organización Mundial de la Salud, “cualquier restricción o impedimento de la capacidad de realizar una actividad en la forma o dentro del margen que se considera normal para el ser humano”. Es decir: nada que tenga que ver con los gustos sexuales y no la forma de concebir la sexualidad de la persona.

En el análisis de la discapacidad y de cómo ésta acaba afectando al día a día de la persona hay que resaltar y valorar el principio de “diversidad funcional” para que, finalmente, sea éste el que se imponga al concepto un tanto peyorativo de “discapacitado”. Este concepto no niega la existencia de una enfermedad, de una incapacidad, de una deficiencia, pero resalta algo que siempre, absolutamente siempre, debe tenerse presente: la persona que padece esa discapacidad no es una persona no-normal y, por supuesto, no vale menos que otra. Simplemente, funciona de otro modo. De ahí el valor de enfatizar el concepto de diversidad funcional y de emplearlo preferentemente antes que el de discapacidad.

Hablar de la relación entre BDSM y personas con diversidad funcional es hablar de algo muy poco concreto. Después de todo, hay muchos tipos de discapacidad y muchas formas de entender el BDSM. Sin ir más lejos, la propia OMS distingue entre cuatro grandes grupos de discapacidades:

  • Discapacidad física. En este gran grupo se encontrarían las personas con amputaciones, las que padecen secuelas de la poliomelitis o las que han padecido algún tipo de lesión medular.
  • Discapacidad sensorial. Aquí incluiríamos a personas con deficiencias visuales, a las personas con deficiencias auditivas y a las que presentan problemas de comunicación o en el uso del lenguaje.
  • Discapacidad intelectual. Las personas incluidas en este gran grupo se caracterizan por la disminución de las funciones mentales superiores, así como de las funciones motoras. Aquí se incluirían las personas con parálisis cerebral o las que padecen retraso mental o síndrome de Down.
  • Discapacidad psíquica. En este grupo de personas con diversidad funcional incluiríamos a todas las que padecen trastornos cerebrales y a las que sufren algún tipo de alteración neurológica.

Autoconocimiento

¿Tiene sentido plantearse cómo es la relación existente entre cada uno de estos tipos de discapacidades con el BDSM? Sin duda, no. A la hora de analizar la relación entre discapacidades y BDSM hay que descender de las nubes de lo teórico e ir a cada caso en concreto y ver cómo esa persona convive con la enfermedad, qué deseos tiene, qué puede y no puede hacer para satisfacer dichos deseos, etc.

Una persona con diversidad funcional que desee iniciarse en las prácticas BDSM debe, ante todo, conocerse muy bien. En este sentido, el autoconocimiento es fundamental. Conocerse a uno mismo es la base para poder elegir. Elegir en función de nuestras circunstancias, de nuestros deseos, de nuestras posibilidades y de nuestras limitaciones abrirá la puerta a una experiencia satisfactoria. Para alcanzar ese autoconocimiento y actuar en consecuencia hay que ser absolutamente sincero con uno mismo. Ser exhaustivo y honesto en el autoanálisis y en la comunicación al compañero o compañera de juego de los resultados de dicho análisis permitirá el poder vivir una experiencia BDSM satisfactoria.

El autoanálisis y autoconocimiento, sin embargo, no debe ser una obligación exclusiva de la persona que padece algún tipo de discapacidad y desea practicar BDSM. El autoconocimiento debe ser, también, obligación del compañero o de la compañera de juego de esa persona. Lo que una persona con diversidad funcional no necesita a su lado es una persona que sienta compasión por ella. El compañero BDSM de la persona con diversidad funcional no debe sentirse obligada moralmente, en modo alguno, a serlo por lástima. Sólo debe serlo si esa persona le atrae, si le estimula el pensar en la posibilidad de practicar BDSM con ella, si cree que pueden ser compatibles como pareja BDSM.

En la negociación previa a toda práctica BDSM debe queda muy claro lo que se espera de la misma. Si creemos que la otra persona no va a proporcionarnos lo que esperamos de dicha relación BDSM o si pensamos que no seremos capaces de proporcionar al otro lo que espera de nosotros, independientemente de si el otro posee algún tipo de discapacidad o no, debemos renunciar a dicha práctica. Si participamos en una relación BDSM renunciando a algo que siempre hemos considerado imprescindible, estaremos abocando dicha relación al fracaso, dejándonos absolutamente insatisfechos.

Otro aspecto a tener en cuenta cuando se habla de la relación entre discapacidad y BDSM es el de la seguridad. Como sabemos (lo hemos explicado en muchos de nuestros posts), la seguridad es fundamental en el universo BDSM. Dicha seguridad debe extremarse cuando uno al menos de los participantes en una práctica BDSM padece algún tipo de diversidad funcional. Para ello es imprescindible mantener bien abiertos los canales de comunicación y que ésta, lógicamente, sea absolutamente sincera. Sólo en base a eso podrán reforzarse dos de los pilares imprescindibles del BDSM: el de la seguridad y el del consenso.

A la hora de establecer ese consenso, sin embargo, debemos valorar hasta qué punto nuestro compañero o compañera con diversidad funcional tiene capacidad real de consensuar. Dependiendo del tipo de discapacidad (por ejemplo, si se poseen déficits cognitivos, depresión aguda, esquizofrenia, etc.), la capacidad de comprender la realidad y de controlar la propia conducta estarán lo suficientemente alteradas como para invalidar la racionalidad de todo posible consenso y como para que la noción de seguridad quede francamente comprometida.

En un artículo titulado “El lado oscuro del BDSM: las relaciones destructivas” y publicado la excelente publicación Cuadernos de BDSM, Felina, psicóloga clínica y practicante de BDSM, apunta que, desde el punto de vista de la prevención y la seguridad, deberían abstenerse de participar en actividades BDSM, las personas que, pese hallarse su enfermedad en fase inactiva, padezcan depresiones profundas, trastornos bipolares, esquizofrenias o cuadros graves de ansiedad. Según Felina, tampoco deberían participar en actividades BDSM aquellas personas que tuvieran personalidad antisocial, límite o narcisista. Todas estas personas, apunta la psicóloga, pueden experimentar el cómo las emociones fuertes pueden funcionar como disparador o detonante de una crisis psicótica o de una grave y persistente desorientación espacio-temporal.